El rito se desprende del mito; es la práctica en la que aterriza una concepción. Son importantes porque le dan sentido a las acciones. Conectan el quehacer cotidiano con la naturaleza o con lo trascendente.
En todas las grandes culturas existen los rituales; aún en aquellas que pretenden no tener ninguna relación con los aspectos religiosos; Por ejemplo: el uso de la toga cuando te gradúas de universidad es un ritual, como la graduación misma. El matrimonio civil es un ritual.
Desde que nacemos, nos introducimos en la sociedad a través de ciertas acciones: el bautizo, enterrar el cordón umbilical, localizar la tona del niño. En ciertas culturas, el paso de la niñez a la adolescencia se significa por medio de una ceremonia, como en el caso de los judíos, o en ciertas tribus que pasan por la iniciación. El matrimonio es un ritual. Cuando alguien fallece, también se hacen los rituales marcando la transición a otro tipo de existencia. Las pirámides egipcias son muestra de ello.
Aún en el mundo cívico existen los rituales. Las tomas de protesta cuando te dan un determinado puesto, las fiestas cívicas son rituales, como el 16 de septiembre y el 20 de noviembre. Te sientes muy mexicano y sales a escuchar el grito.
El ritual está lleno de símbolos: la banda presidencial, la lectura de la carta de Ocampo, el toque de la campana de palacio nacional, los honores a la bandera.
Donde más se aprecian los símbolos es en el aspecto religioso: el agua del bautismo, el pan y el vino en la consagración, las velas en ciertas ceremonias, los ornamentos. Todo significa para alguien que tiene fe en los mitos que lo soportan.
Los rituales, al igual que los mitos, se mantienen porque de una manera o de otra son funcionales. Te dan un valor; sirvan para algo. Comunitariamente te llevan a la unión. Ritual de la comida, ritual de la fiesta, ritual de la ceremonia; compartes con otros un fin común y te da sentido de pertenencia: Eres parte de.
En algunos pueblos son importantes las mayordomías que se encargan de hacer una comida especial para los santos titulares del pueblo. Invitan a comer a todo el mundo y con ello agradecen o piden que les vaya bien en las cosechas. Como anécdota, una vez me tocó una de estas fiestas en un pueblo de Michoacán en donde tuve que comer cinco veces, puesto que contábamos con cinco invitaciones y en ninguna de ellas te podías negar. En nuestra ciudad, podemos referirnos a las reliquias que tienen el mismo significado, acompañadas de sus danzas a la virgen o al santo; el principal: Judas Tadeo. Todo esto tiene una finalidad comunitaria de barrio o de pueblo que, insisto, te da un sentido de pertenencia.
Cuando está muy arraigado en los elementos culturales, poco va a importar el análisis histórico de donde nace: como la celebración de la virgen de Guadalupe. El verdadero milagro es la funcionalidad que para mucha gente representa el creer en eso. Un paño de lágrimas, una fe en la prosperidad, un sentimiento que puede abatir la soledad, una esperanza en el futuro. Un elemento precioso que ayuda a definir la nacionalidad de muchos.
Es difícil combatir la creencia en los rituales y los mitos; sólo se desmoronan cuando pierdes la fe en su efectividad o te sientes traicionado por los usos y costumbres. Cuando se pervierten las intenciones, entonces te pones a buscar con qué suplirlos para volver a encontrar las acciones que te den el sentido de la vida.
A pesar de lo que digan los racionalistas, o los científicos, los positivistas, en nuestros días los mitos y los rituales siguen teniendo su importancia porque ni los sistemas ideológicos como el socialismo o el liberalismo, ni la ciencia, han podido suplantar su función.
Muchas veces, al desaparecer, viene la decadencia de los pueblos que pierden la visión trascendental de la existencia y viven el aquí y ahora con un sentido onanista. Los hemos visto en las últimas décadas, donde la búsqueda de la riqueza con poco esfuerzo y la del placer nos ha producido una sociedad individualista que ya no tiene fe en nada y mucho menos está dispuesto a sacrificarse para vivir en comunidad.
Preferible creer en algo que dignifique el hecho de ser, a conformarse con ser para la nada, como lo decía Sartre.