La raíz de nuestros problemas no está en los demás como quisiéramos creer. El verdadero problema radica al interior de nuestro ser, en la incapacidad de aceptar al otro como es y cómo piensa. Radicalizamos cuestiones de género, política, religión y deportes, entre muchos temas más. La realidad es que polarizamos casi todo, o al menos eso parece.
Tratamos de imponer a los demás lo que deben leer, ver y escuchar. Nos valemos de las redes sociales para descartar a los que no piensan como nosotros, y seleccionamos a los que van reforzando nuestras mismas creencias; para que al final, nos quedemos conectados solamente con una pequeña muestra de personas que son imagen y semejanza de un diminuto colectivo ideológico.
Vamos quedamos atrapados en una especie de burbuja donde la realidad, al menos la nuestra inmediata, nos engaña, haciéndonos creer que somos los únicos dueños de la verdad; y cuando salimos de ese pequeño círculo no logramos entender por qué sigue habiendo gente que no piensa como yo.
Con todo aquello que no estamos de acuerdo son motivo de burla, crítica y discriminación, y ahora, de persecución virtual. Vamos creando tribus digitales en las que nos sentimos cómodos.
Para ser más comprensivos con los demás debemos aceptar, antes que nada, que somos diferentes; que es en los demás donde me complemento; que la construcción de una sociedad se logra con cada pequeña diferencia que aportamos.
Es la diversidad de creencias lo que le da sentido a nuestra humanidad. Si lo pensamos detenidamente, la mayoría las religiones llegan al mismo punto, solo que a través de diferentes caminos. Toda política es en si misma un ejercicio de tolerancia, o debería ser al menos, la búsqueda de un bien común, del bien de la mayoría.
El deporte no debería rivalizarnos, portar los colores y las banderas de nuestro equipo favorito tendría que concebirse como un motivo de festejo en el que se aplauda el esfuerzo, la unión y el sentimiento de pertenencia a un grupo que disfruta el deporte como lo que es, un espectáculo de entretenimiento, y no como una guerra cruel.
El matiz que existe entre el blanco y negro genera un carnaval multicolor en cada aspecto de nuestra vida que nos permite disfrutar diferente sazón en cada comida, nos permite apreciar de diferente manera cada tono musical en su propio ritmo; conocer la perspectiva ideológica y filosófica de lo que no entendemos. Entablar una cálida charla con alguien que quizá nos pueda mostrar que detrás de mis propias barreras y mis propios prejuicios existe la posibilidad de un mundo con nuevos horizontes, con nuevas respuestas.