EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Urbe y orbe

A merced de las potencias (otra vez)

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Creer que en un orden globalizado y tecnologizado la historia y la geografía cuentan cada vez menos, es una de las principales debilidades de nuestra concepción del mundo actual. Solemos caer en el error de pensar que los avances tecnológicos resolverán todos o casi todos los problemas de la humanidad, o que dichos avances son iguales para todas las sociedades por vivir en un sistema global. Pero estas visiones, ignorantes o maliciosas, enmascaran las realidades históricas y geográficas que hay detrás de muchas de las decisiones que los gobiernos toman. El control de territorios y poblaciones, la disputa por recursos y rutas comerciales, la recuperación de glorias pasadas o el resentimiento histórico son factores que alimentan doctrinas geopolíticas y propician conflictos hoy como hace cientos de años. En la medida en que seguimos siendo terrícolas, permanecemos ligados a la historia y la geografía; y en la medida en que el sistema mundial se basa en la desigualdad, las potencias dependen de la capacidad de despliegue de poder real.

El conflicto en Ucrania es un ejemplo claro de cómo la geografía y la historia determinan la realidad política actual, pero de cómo también la fuerza militar es un factor determinante para las potencias globales. La nueva doctrina de la OTAN muestra a la vez argumentos territoriales, geopolíticos y geoeconómicos para incrementar la capacidad de fuego. Desde la óptica de Bruselas, la seguridad y estabilidad de Europa están vinculadas con su realidad geográfica, el abastecimiento de recursos energéticos y su capacidad de defenderse de amenazas externas. Y China lleva años en un proceso de revisionismo histórico para recuperar su centralidad en el mundo de la mano, sí, de un desarrollo económico sostenido, pero también de la modernización de sus fuerzas armadas y de una cada vez más asertiva política exterior. En suma, la vieja lógica de las superpotencias sigue inserta en la realidad internacional en pleno siglo XXI.

El caso de Rusia es emblemático. Se trata de un estado de mediano desarrollo económico que no figura entre los punteros en avance tecnológico. Su peso actual depende de dos características especiales: geografía y poder militar-nuclear. Es el país más extenso del plantea ubicado estratégicamente entre Asia y Europa, en la frontera de Oriente con Occidente, con una fuerte proyección hacia el Ártico, Oriente Medio y Asia Central, regiones de gran relevancia geopolítica. Además, cuenta con abundantes recursos naturales, principalmente energéticos, lo que le da una presencia global que no corresponde con su poder económico real ni con su escaso dinamismo demográfico. Por otro lado, Rusia ha logrado recuperar su poder militar y mantener su capacidad nuclear para rivalizar con la primera potencia mundial. Si Estados Unidos y la OTAN aún no han decidido enfrentar directamente a Moscú tras la invasión a Ucrania es, en parte, por la capacidad nuclear-militar de la potencia euroasiática. Y dicha capacidad pudo ser financiada gracias a la disponibilidad de fuentes de energía barata que hicieron de Europa un cliente central de Rusia durante lustros. Territorio, ejército y recursos: la misma tríada de las potencias del siglo XIX.

En Asia Oriental, antes de la irrupción de China como potencia mundial, se especuló que Japón se convertiría en el nuevo gran líder global. Esta idea se basaba en la creencia de que el avance industrial y tecnológico japonés era suficiente para construir una hegemonía. Pero el tiempo demostró que se requiere más que poder industrial y tecnológico. Hace falta un Estado con una capacidad de despliegue de fuerza real. Japón es uno de los países más ricos y desarrollados del orbe, sin duda, pero su peso en el concierto internacional es limitado. Y esto tiene que ver con su derrota en la Segunda Guerra Mundial, de la cual salió destruido y ocupado por el ejército estadounidense. El poder duro de Japón hoy en nada se compara con la extroversión imperialista de la primera mitad del siglo XX. El lugar de gran potencia de Asia en el siglo XXI sólo podía ser ocupado por China: el segundo país más extenso del continente euroasiáticoafricano (solo superado por Rusia) y el más poblado del orbe. Estas dos ventajas, geografía y demografía, fueron utilizadas estratégicamente por un estado centralizado y fuerte de gran tradición histórica. Mientras las potencias de Occidente comparten su origen en el desaparecido Imperio romano, China puede presumir de una extensa y continua genealogía de formaciones estatales. No es casual que Pekín tenga hoy como una de sus banderas principales el volver a ser el eje del mundo, como lo fue durante casi dos milenios antes de lo que en China se conoce como el siglo de la humillación, que va de la primera Guerra del Opio en 1839 al triunfo de la revolución comunista en 1949. Sin sus capacidades geográficas, demográficas y estatales, el gigante asiático no hubiera podido emerger de la gran reforma económica iniciada en 1978 como la potencia económica y militar que es hoy.

En el caso de Occidente, hay que diferenciar entre los desarrollos de Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Europea. El primero pudo convertirse muy pronto en la monarquía más poderosa de Europa gracias a su condición de insularidad, lo que le permitió una defensa más efectiva contra invasiones y ataques. Luego, desde ahí, logró construir el imperio colonial más extenso de la historia: abarcaba los cinco continentes, controlaba todas las rutas marítimas y ocupaba una cuarta parte del globo. Tras un siglo de hegemonía mundial (1815-1939), el Imperio británico se desmanteló como producto del desgaste de la Segunda Guerra Mundial y las revoluciones anticolonialistas de Asia y África. Desde entonces, el destino de RU, al igual que el de Europa Occidental, quedó vinculado al de la potencia mundial emergente: EUA.

El nuevo hegemón combinó la ventaja insular británica con la de las extensas potencias orientales: en América no tenía rival y pudo expandirse para abarcar un gran territorio de la costa atlántica a la pacífica sin riesgo de invasiones y con claras posibilidades de dominio marítimo. Gracias a la migración voluntaria procedente de Europa y la forzada, de origen africano, pudo poblar los territorios de los indígenas que fueron exterminados o sometidos. Con un territorio relativamente aislado de problemas y una creciente población consiguió erigirse como la primera potencia industrial y militar del mundo. Y para sus planes hegemónicos construyó un entramado de alianzas e instituciones globales entre las que figura la OTAN, misma que hoy, desde una lógica territorial, geopolítica y geoconómica, afianza su hegemonía sobre Europa para plantar cara al creciente poder del nuevo eje autocrático mundial, Moscú-Pekín et al. Bienvenidos al nuevo duelo de potencias en pleno siglo XXI.

@Artgonzaga

Leer más de EDITORIAL

Escrito en: Urbe y Orbe editorial Arturo González editoriales

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 2105892

elsiglo.mx