Nunca la conocí, pero su desgracia no debería serme ajena.
Su tragedia representa la de millones de personas iguales a mí, de las que sólo me hace distinto la cómoda cuna a la que tuve acceso sin contar con un solo mérito mayor a los de ellas.
Por supuesto. Trato de acomodar estas letras en un nuevo ejercicio catártico, esperando que alguien más las cuestione.
El tema, frío, en números:
La Organización Internacional para las Migraciones, del Sistema de las Naciones Unidas, estimó que en 2020 había en el mundo, aproximadamente, 281 millones de migrantes internacionales, cifra cercana al 3.6 por ciento de la población mundial y superior en 128 millones a la de 1990.
Información preliminar de la Unidad de Política Migratoria, Registro e Identidad de Personas, de la secretaría de Gobernación, con base en el Boletín Mensual de Estadísticas Migratorias del periodo enero-julio 2021-2022, indica que la suma total en México de eventos de extranjeros presentados o canalizados por la autoridad migratoria, pasó de 129 mil 143 en el primer año a 206 mil 885 en el segundo, incremento equivalente al 60.2 por ciento.
La misma fuente informa que en ese lapso los eventos de repatriación de mexicanos desde Estados Unidos de América ascendieron de 97 mil 687 en 2021 a 156 mil 687, es decir, 60.4 por ciento más.
Podré no servir de mucho en esta causa, pero al menos trataré de no olvidarla. Ni la necesidad de paz ni alimento distinguen nacionalidades, como tampoco la capacidad de sentir angustia y dolor hace diferentes a los seres humanos.
Ahora, el tema caliente como la sangre que circula en los humanos sin distingo alguno, a raíz de la sepultura de Yenifer y sus sueños, que yacen bajo las noticias que el miércoles 14 consignaron la muerte de esta migrante salvadoreña:
La mayor tragedia del hombre podría causar su facilidad para trasladar la atención de los problemas que duelen a las fantasías que acarician. Veme aquí, ajeno a la necesidad de huir de la miseria y violencia, suponiéndome aprendiz en la doma de letras.
Sin embargo, mientras unos sustituimos el mundo real que demanda responsabilidad por el ficticio que la elude, millones de personas, con los mismos derechos naturales de quienes cerramos los ojos al sufrimiento que motiva su migración, exponen su vida y dignidad por la desesperanza que perciben en sus lugares de origen.
De acuerdo con notas de prensa, Yenifer falleció cuando cayó desde el décimo piso de un hotel en el Centro de Monterrey, N. L., presumiblemente buscando evadir la persecución de Fuerza Civil y del Instituto Nacional de Migración. Quienes participaron en esa tarea cumplieron, como seguramente lo hace la mayoría de los trabajadores, con una labor necesaria para el sostenimiento propio y de sus familias, acción cuyo espíritu comparten los cortesanos federales que demandan estos operativos, sabedores de que para conservar sus posiciones requieren el beneplácito de El Imperio.
La desgracia de Yenifer, lejos de ser un hecho aislado, suma su sangre al caudal aportado por los zafarranchos en la frontera sur para impedir que la súplica de trabajo y seguridad llegue a la línea divisoria del norte; por las consecuencias reales de la corrupción desaparecida sólo en la fantasía; por el crimen primero tolerado y luego erigido en mandamás; por las ofrendas al jefe extranjero sin cuyo poder sucumbiría el nacional.
México, nación situada entre las mayores expulsoras mundiales de migrantes, es también hoy represora de los extranjeros que atraviesan nuestro territorio con el fin de ingresar a Estados Unidos de América, por motivos iguales a los de los mexicanos cuya esperanza de bienestar está en el país del norte.
Podría decirse entonces que nuestra nación posee un doble motivo de vergüenza o, mejor, que sobre la ilusión transformadora tiene la oportunidad de hacer contacto con la realidad que mata y trabajar para atender, con un criterio humano y de dignidad, las desigualdades entre iguales. Quizá el subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración de la Secretaría de Gobernación, Alejandro Encinas, autoridad de alta jerarquía también moral, empezó con esto último cuando en el Día Mundial del Refugiado reconoció que en el país la comunidad migrante es víctima de represión, intolerancia y desapariciones.
Soslayar la desgracia ajena, es sólo diferir la propia, pienso. ¿Pienso?
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