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Alejandro Vázquez Ortiz y su literatura en carretera

Recién ha publicado la novela El corredor o las almas que lleva el diablo

Alejandro Vázquez Ortiz y su literatura en carretera

Alejandro Vázquez Ortiz y su literatura en carretera

SAÚL RODRÍGUEZ

El escritor Alejandro Vázquez Ortiz enciende su cámara al interior de su automóvil. Es mediodía y se encuentra en un negocio de autopartes en la zona regiomontana de la Huasteca. Allí recibe motores de autos usados, los desarma y aquello que logra rescatarse lo convierte en refacción, mientras lo inservible se tritura y se manda a una fundidora.

“Yo me dedico fundamentalmente a la parte de cuando sacan la pieza. La reviso, la identifico y digo ‘esta es tal pieza de un motor de Astra 1.8’... se clasifica y se va a un almacén. A eso me dedico, esa es mi labor: asegurarme que las piezas estén en buenas condiciones”.

Vázquez Ortiz recién ha publicado El corredor o las almas que lleva el diablo (Literatura Random House, 2022), una novela cuyo modelo se asemeja a un motor V8, distribuida en 299 páginas. El autor atiende la entrevista en su Trax porque, dice, allí tiene mayor privacidad.

Cuando se arma un motor una de las cosas que tienes que cuidar es el tiempo, porque si se descuadra una biela, sale, golpea la válvula, saca la mano (como dicen) y ya se desbieló el motor y se rompió. La idea de construir este motor (la novela) era que todas las partes funcionaran de forma armónica. En ese sentido, cuidamos mucho la estructura incluso hasta en las etapas finales, antes de mandar a maquetar”.

Escribir este texto consistió en poner seria atención sobre su afinación. La intención fue crear una novela vertiginosa y que a la vez pudiera jugar con la cuestión del tiempo. Es una de las razones de que las primeras páginas ya muestran la obertura hacia el final del volumen, a pequeños instantes del inicio.

Te das cuenta de todo este despliegue para llegar al mismo punto. Es un análisis de decir ‘todo este movimiento ¿para qué?’, pues para nada, para llegar a lo mismo. Es lo que está arrastrando a cada uno de los corredores. La estructura también está pensada para eso”.

Sobre pavimento

En El corredor o las almas que lleva el diablo, los automóviles son más protagonistas que los mismos personajes. Una carrera ilegal en la autopista y la carretera Saltillo-Monterrey, organizada por el dueño de una fundidora, desata la trama y cambia sus velocidades según el autor muestra el trayecto.

La carrera empieza en la carretera y de regreso, cuando están todos enloquecidos, se suben a la autopista. Yo creo que ambas tienen cierto nivel de peligrosidad. Saltillo está un poco arriba de Monterrey y en realidad es una bajada constante. Hay unas curvas medio densas por las zonas montañosas. Por el contrario, la autopista tiene esta frase, como dice el epígrafe de Judas Priest: ‘Borrar todas las curvas que hay en el camino’. Hacemos este camino nuevo y trazamos una grieta donde los autos pueden circular a velocidades más rápidas. Esa es la autopista reflejada, una gran recta que va casi a las faldas de las montañas y lo único que hace es subir y bajar, subir y bajar”.

Para el autor, la metáfora de la obra consiste precisamente en subir y bajar, de socialmente poner a todos en contra de todos con tal de obtener el triunfo. La novela carece de héroes, de gente salvada por sus principios morales. Todos se entregan a la carrera.

Los personajes ostentan una inconsciencia sobre su relación con los automóviles, en su más sentido norteño y cercano a la perspectiva norteamericana. Las reglas de la realidad son llevadas al extremo, rozando incluso el surrealismo, pues en algunos puntos la violencia descarnada activa acciones.

Pienso que el vehículo es una prótesis. De hecho, el personaje del Acerero cojea y realmente se convierte en él mismo cuando está en la máquina. Es una prótesis, una armadura, es también lo que lo represente, lo que los hace ser y existir en ese mundo. Los personajes son la gasolina, lo que mueve al vehículo, pero los verdaderos protagonistas son los automóviles, las historias de cada uno y esa es una de las cosas que quise dejar dibujado”.

Cuando comienza la carrera, el paisaje inicial queda atrás. Los personajes se entregan a la pulsión de avanzar a cualquier costo: se despojan de escrúpulos, no les importan las malas mañas para sacar al otro de la competición, desisten de detenerse. Para el autor, esta pulsión provoca que el protagonismo se traslade de la humanidad hacia las máquinas.

Esta es la primera novela que Alejandro Vázquez Ortiz conecta directamente con su oficio de autopartes. Su redacción comenzó en 2017 y en el camino escribió Yonque (Conarte, 2018), un compendio de cuentos con temática similar y cuyos algunos personajes también tienen presencia en El corredor o las almas que lleva el diablo.

Empecé a darme cuenta de que se me estaba yendo de las manos, porque quería contar más cosas por mi conocimiento de las que cabían en ese libro. Entonces, puse pausa a la novela y escribí Yonque, un libro de cuentos que incluso se conecta porque aparecen los mismos personajes, pero son historias aparte”.

En algún punto de la novela, uno de los personajes menciona que los seres humanos siempre están huyendo de algo. En este caso, Alejandro Vázquez Ortiz responde a la cuestión: ¿De qué huyen sus personajes?

Lo trágico es que no van a ningún lado. Huyen de la estructura y casi, casi es como esta gran metáfora de la estructura edíptica: al momento de querer huir de tu destino, te precipitas a él. Esa es la gran estructura que también refleja esta novela. Están huyendo de la estructura que los oprime, de la situación social, personal, de sus destinos rotos, de sus ausencias, de todo que les ha sido arrebatado, de lo que los ha roto, creyendo que al final de todo este desarrollo van a tener otra cosa, van a cambiar o van a acabar con algo que llamen suyo, una posibilidad, pero el resultado de la novela se va intuyendo que se precipita al fracaso. Es una huida para llegar a ninguna parte y para llegar al mismo punto de donde partieron”.

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