"Estoy feliz porque la revolución de las conciencias ha reducido al mínimo el analfabetismo político": Manuel López Obrador.
Esa frase, pronunciada por nuestro presidente López, durante su IV Informe de Gobierno, encierra una esperanzadora ilusión y, más aún, refleja el deseo y preocupación de muchos ciudadanos ocupados en tratar de comprender lo que nos está sucediendo: el deterioro nacional.
Sin duda, después de la triste represión que sufrió el país en aquellos días de octubre de 1968, a los mexicanos somnolientos, dominados por una dictadura casi perfecta, nos quedó el beneficio del "despertar"; nunca, como entonces, se vieron trabajadores, estudiantes y campesinos unidos con un objetivo común: justicia contra la represión gubernamental.
Ahora, por el divisionismo provocado clasificándonos como chairos o fifís y el desafortunado propósito de ganar poder, seguido de agravios a todos aquellos que no piensan como AMLO, de nueva cuenta, algunos nacionales, volvemos la reflexión hacia la reconstrucción/destrucción de las nuevas posturas en la política nacional.
Algo queda de bueno con la reacción por el desconcierto: mayor interés político del ciudadano.
Triste reconocer, ante tal escenario, que esa reacción es rápidamente atenuada con distractores poderosos, como acusaciones y detenciones sensacionalistas; agravios a los "aspiracionistas"; o la difusión malintencionada sobre chismes de artistas y deportistas.
Decepcionante que después de haber despertado y reaccionado, seamos regresados al estado de letargo, dejando de luchar por aquello que creemos merecer.
No es fácil el cambio; reflexionemos: luego del dominio de un PRI desvirtuando los principios enunciados en su plataforma política, tomado a la fuerza por los economistas que eliminaron a los intelectuales para luego ser derrotados por la entonces oposición -PAN-, vivimos cerca de un siglo disfrutando del gran bien social: la paz, que ahora perdimos.
Triste que aún seguimos aletargados e indiferentes, cargados de falsas expectativas, esperanzados en irrisorias ilusiones, muchos ¡comprados!; confiando que las cosas ocurran en modo y conveniencia pasiva. Nunca ha sido ni será así.
El analfabetismo político mexicano no ha desaparecido; analicemos el padrón electoral y confirmemos que está marcado por la inmensa mayoría de ciudadanos que no tienen el menor interés de comprender nuestra realidad; algunos por falta de escolaridad, otros por conveniencias materiales y los menos con enajenados deseos de revanchismo.
Un número importante de votantes creen en la izquierda y su populismo como la posible solución nacional y para ellos expreso mi profundo respeto, aún sin coincidir ni remotamente en sus falsas expectativas, esperanzas y hasta radicalismo.
Desde el tristemente célebre 2 de octubre de 1968, no hemos tenido diálogo político profundo, participando la mayoría de los ciudadanos comunes y corrientes; realidad que merece preocupación, aún más al reconocer intereses ocultos y quienes la provocan.
En otros "Diálogos" hemos tratado el tema de la democracia, que en México ha tenido otro de los partos dolorosos del Continente Americano, ahora amenazado con el propósito del retorno a dictaduras disfrazadas.
México está padeciendo la demagogia antidemocrática, con propuestas radicalizadas; aún vivimos la forma más inmadura, la distributiva, donde los representantes de partidos luchan por ocupar puestos de servicio y decisión, desechando al capaz y aceptando a populacheros, vulgares y corruptos.
Obstruyendo la esencia política padecemos la infección social de politiqueros que, de continuar expandiéndose, disminuirán hasta hacer desaparecer las posibilidades de evolución y desarrollo democrático. Es verdad que ningún país ha podido exterminarlos totalmente.
Ese inicio de democratización nacional se dio con el liderazgo de personajes que visualizaron el futuro mexicano y supieron racionalizarlo utilizando intelecto, definiendo nuestras oportunidades de desarrollo, ahora desaprovechadas.
Nuestra idiosincrasia es un obstáculo que, poco a poco, vamos eliminando para el bien común, aunque los pasos adelante también incluyen algunos -menos- hacia atrás.
La antidemocracia aparece al intentar imponer criterios sobre lo bueno y malo, manipulándonos con falsedades. En ese entorno, la actitud presidencial genera enorme distorsión.
Las informaciones y estadísticas no confirman las declaraciones públicas, entorpeciendo intencionalmente el proceso democrático, sembrando desconcierto.
Aún no podemos "repartir" el poder entre los distintos partidos políticos y ya rompimos con el principal principio de desarrollo social: la unión solidaria y hasta subsidiaria de todos en el propósito de mejorar las condiciones de México.
Los conscientes de la realidad -verdades según enfoques- están radicalizados en su discurso y eligen entorpecer los esfuerzos para avanzar; las mayorías desconcertadas, bombardeadas con información y desinformación que anulan posibilidades de generar criterio con libertad para tomar decisiones; algunos, afortunadamente los menos, nefastos y agresivos, buscando desaforadamente poder para servirse robando; otros radicalizados, generando maliciosamente temor ante el futuro incierto.
Desafortunadamente el torbellino de la corrupción favorece la malicia, los despropósitos inhumanos, aprovechándose ilícitamente del poder; prueba de ello es la laxitud combatiendo al narcotráfico.
En tanto permanezcamos mal educados escolarmente y desinformados públicamente, quedaremos incapacitados para reconocer al líder -que tampoco aparece- que pueda cambiar nuestro destino. ¿Qué piensa?
ydarwich@ual.mx