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COLUMNA

Apostar a la conciencia ya no es una utopía

YOHAN URIBE

La primera vez que a muchos nos llamó la atención la introducción de la palabra "post verdad", en la prensa escrita, fue en 1992 cuando Steve Tesich, realizó un ejercicio de memoria histórica con los escándalos del Watergate y la Guerra de Irak, concluyó que vivíamos un momento histórico donde la mentira indiscriminada y la alteración de los hechos reinaban sobre los principios que el periodismo había defendido con la virtud del rigor durante décadas.

Más tarde, en 2004, Ralph Keyes, publicó una hermosa edición "The Post-Truth", que los lectores hispano parlantes tuvimos que esperar cerca de un año; y gracias a la cual nos acercamos al desarrollo conceptual de un fenómeno que define perfectamente esa herramienta de polarización que tanto ha funcionado a políticos y gobiernos, de uno y otro color ideológico. En su análisis muestra cómo la manipulación creativa suele desplazar la verdad, en parte, gracias al arsenal de noticias falsas que se pueden crear con facilidad, desde el odio y el anonimato. Tiempos en los que la difamación viene cargada con la letalidad de la inmediatez, y en esta sociedad del espectáculo, mucho más consumida, por supuesto.

El duopolio que mantienen con celo Facebook y Google, ha sido tan eficaz que ha transformado la realidad de los usuarios que viven la vida a través de una pantalla. Inversiones millonarias han logrado crear algoritmos que filtran la realidad y alimentan no solo nuestras creencias sino el sesgo de confirmación. Por eso, cuando nos enfrentamos a posiciones como #todossomosLoret o #todossomosAMLO, lo que menos tenemos es la oportunidad de discernir sobre los límites que han cruzado uno y otro, el periodista activista y el político totalitario.

Ese maquillaje, ya no de tocador sino de unos y ceros, más seductor que el descrito por el Marqués de Sade, que nos hace reafirmarnos en una verdad tan moldeada que nos resulta más atractiva que los hechos mismos. Si este año, las campañas políticas para la renovación de gubernaturas, no logran salir de las redes sociales, para exhibir plataformas y propuestas de gobierno cuestionables y discutibles, lo único que vamos a ver es una avalancha de polémicas entre quienes están en contra y de acuerdo con el presidente de la república o con el Loret del momento.

Tan falso es el discurso de los desarrolladores de tecnología, especialmente Facebook y Google, que si en verdad la responsabilidad de curar los contenidos dependiera completamente del usuario y no de ellos, no gastarían billones de dólares en programadores cuyo trabajo en la era de la post verdad es mantener atrapado a los usuarios en una realidad tan limitada que el solo acto de leer más de 500 palabras se ha convertido en subversivo. Y como sostiene Keyes, no tendríamos que cazar a esos tiburones que venden espejismos a académicos y periodistas para que no escriban para el lector sino para el algoritmo de Google, aunque no haya nada que decir, o haya que mentir.

Tras la polémica en la que entraron está semana el presidente López Obrador y el periodista Carlos Loret, lo único bueno que nos queda es saber que el público sigue consumiendo información, noticias, periodismo. Que este este politizado, sería cuestión de un análisis más profundo, lo que si es cierto, es que el internet solo está dejando espacio para quienes apoyan a uno u otro, y no para quienes buscan argumentos que los lleve a evaluar el comportamiento ético de uno (el periodista), y el comportamiento jurídico del otro (el político).

La reflexión viene al caso, porque parece que el periodismo se ha vuelto un Talón de Aquiles en la Cuarta Transformación, claro, cierto tipo de periodismo, porque mientras que el reportaje de Latinus, un medio que apuesta más por la parodia que por la investigación, ha logrado desatar un vendaval, una verdadera investigación periodística, digna de exhibir en los anaqueles de la academia, publicada por la periodista Icela Lagunas bajo el titulo "Linea 12: Crónica de una tragedia anunciada", novedad editorial de Planeta, sigue teniendo la misma reducida cantidad de lectores.

Lo que confirma que como en toda civilización del espectáculo, el show es capaz de ganar más likes y seguidores, que un trabajo que exhibe con todo el rigor del oficio, la omisión de autoridades y empresarios ante una tragedia anunciada, así como los intentos de sacar de la agenda pública el tema. Con protagonistas como Marcelo Ebrard, uno de los presidenciales con más opciones de gobernar México; y Carlos Slim, nada más y nada menos que uno de los hombres más ricos del mundo.

@uyohan

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Escrito en: editorial Yohan Uribe editoriales

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