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Recuerdos de una vida olvidable...

Catarsis y verborrea

MANUEL RIVERA

"Dime perro, dime animal, que quiero evadir la mala fama de ser humano", escribí hace 10 años. Sin embargo, este día se imprime aún más profundamente en mí este deseo.

Hoy el olor a sangre, la percepción de la superioridad del dinero sobre la vida y las palabras que condenan la venta indiscriminada de armas de fuego, a propósito de una nueva masacre, son parte del entorno en el que amanezco.

Una noticia, destinada como casi todas a su gradual olvido, alimenta el despertar que hace querer ladrar, en legítima aspiración para ser mejor.

En ese estado debo reconocer, antes de continuar con este ejercicio de catarsis, la situación de mi país, donde medios de información reportan que, en medio del discurso nacional de la reducción de la tendencia de homicidios dolosos, del 22 al 24 de mayo hubo en México un asesinato cada 15 minutos. El segundo día más violento en el sexenio federal fue registrado en este periodo.

En el transcurrir paralelo de las realidades gubernamental y social, la discusión del problema de la violencia transita igualmente en otra vía, donde lo "político" muchas veces se circunscribe al aprovechamiento del dolor ajeno para beneficio de quienes usufructúan las franquicias de negocio en las que se convierten los partidos políticos.

Focalizar el debate sobre la violencia en la comparación de las víctimas contabilizadas en el actual sexenio respecto a los dos anteriores, evade abordar la suma de irresponsabilidades y pretende apuntar a causas supuestamente desconocidas ayer el origen del problema actual.

Asimismo, hacer de culpas y omisiones del pasado motivos para la renuncia del deber presente de imponer la defensa de la vida sobre el interés electoral y económico, es crasa muestra de irresponsabilidad y cobardía.

Sí, ya quiero ladrar y sentirme leal con la vida, honesto con mis instintos, capaz de usar al pasto y no a mi semejante como receptor de mis necesidades.

Reconfirmo ese deseo al recordar la noticia de la masacre en la escuela de Uvalde, Texas.

Veintiún seres humanos que dejaron de existir por la voluntad de otro provisto por un arma de asalto al alcance de cualquiera, lejos de provocar acciones definitivas para prevenir nuevos crímenes, desatan la verborrea de la autoridad para defender su sitio de privilegio vomitando conceptos en nombre del respeto a la libertad hasta para acabar con otras libertades, o, en el mejor de los casos, para encontrar íntimo perdón a sus complicidades.

Acerca del consiguiente nuevo reclamo para restringir la venta de armas, el gobernador de Texas, Greg Abbott, dijo: "Ha sido pura maldad", conclusión o mensaje comercial secundado por la Asociación Nacional del Rifle, que el viernes en su convención condenó la matanza, pero reiteró que restringir el acceso a las armas de fuego sería una respuesta inadecuada a la masacre.

"No debemos reaccionar ante el mal y la tragedia abandonando la Constitución o infringiendo los derechos de nuestros ciudadanos que cumplen con la ley", dijo el senador texano Ted Cruz, "respetuosísimo" de las normas, posición que respaldó el expresidente estadounidense Donald Trump.

"Nos duele mucho, lo lamentamos", expresó en México el Jefe del Ejecutivo, Andrés Manuel López Obrador, en tanto que su homólogo en Estados Unidos de América señaló: "Debemos preguntarnos cuándo, por el amor de Dios, haremos lo que se debe hacer para, si no detenerlo por completo, cambiar fundamentalmente la cantidad de carnicerías que ocurren en este país".

Con mayor precisión el papa Francisco aseguró: "Ha llegado el momento de decir basta a la circulación indiscriminada de las armas… se necesita el compromiso de todos para que tragedias como esta no vuelvan a suceder".

En este diluvio de palabras -al que por supuesto se suman estas letras-, próximas a evaporarse hasta que una nueva tragedia las recicle, queda claro que hoy la existencia humana está supeditada al dinero, ya sea en aras de la protección o exterminio de la vida.

¿El mundo de hoy pertenece a quien antepone sus intereses al derecho del hombre a la existencia, manipulando el concepto de libertad y atribuyendo responsabilidades a enfermos mentales inimputables? ¿O siempre ha sido así? No sé, pero quisiera deslindarme aprendiendo a ladrar.

Sí, dime "perro" y hazme suponer que mi cabeza es incapaz de albergar al dios del dinero que reclama vidas, y tan grande que puede ser fiel a la existencia de quienes la rodean.

riverayasociados@hotmail.com

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Escrito en: editorial MANUEL RIVERA editoriales

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