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COLUMNA

Ciudadanos de primera y de segunda

YOHAN URIBE

Una escena sencilla y cotidiana basta para entender la complejidad con la que el último estructuralista del Siglo XX, Claude Levi Strauss, definió los modelos sistémicos de poder. Vivimos en una sociedad segregada, excluyente, donde conceptos básicos como el de justicia, necesario para la construcción de un contrato social, sigue siendo aplicable solo para un sector de la población, el más vulnerable, el que se puede marginar por tener un ingreso económico tan bajo, que la agenda de su celular no le permita tener el contacto de la autoridad correspondiente para evadir una responsabilidad cuando se lacera esa palabra tan manoseada en estos tiempos egoístas y perversos: "la ley".

La escena transcurre frente a ese monumento arquitectónico y deportivo que despierta orgullo e identidad en los laguneros, el Territorio Santos Modelo. Hace una semana. Dos patrullas de vialidad se encuentran ubicadas a pocos metros del retorno bajo el puente, del lado derecho de la carretera, rumbo a Torreón. Dos coches que buscamos tomar justo ese retorno, nos vemos sorprendidos desde atrás por un automóvil deportivo, un Porche gris de modelo reciente, que en una señal de prisa, empieza a tocar la bocina desesperadamente, hace cambios de luces como indicando que le demos el paso, y justo cuando está al lado del vehículo de una familia, baja el cristal de su ventana para soltar una ráfaga de improperios contra el asustado conductor que está delante mío acompañado de sus hijos.

Acto seguido, con el sinfónico chillido de los neumáticos y el melodioso rugido del motor de 3 mil 995 centímetros cúbicos, nos confirma el poder de aceleración que lo hace desaparecer a una velocidad superior a los cien kilómetros por hora en solo cuatro segundos. Uno, dos, tres, cuatro.

Sorprendidos por la irracionalidad de la ira del conductor nos detenemos, y luego de que pasa el porche, continuamos la marcha. Sin embargo, llamó la atención que una de las patrullas que estaba estacionada encendió las torretas y en un acto heroico arrancó con determinación. Solo que unos 500 metros más adelante a quien paró fue a la conductora de un automóvil de gama media, como el que la mayoría de ciudadanos adquirimos haciendo honor a la cultura del esfuerzo.

El impulso del oficio (reportero) me hizo detener para preguntarle al oficial de la patrulla que cuál era el motivo de la detención de la conductora. Exceso de velocidad, explicó de una manera atenta y educada el agente de la Dirección de Tránsito y Vialidad de Torreón. Pero cuando le pregunté por qué no había detenido para multar al conductor del porsche, de manera tajante me contestó: "no lo alcanzamos jefe. Además tenemos instrucciones de no molestar a los jugadores del Santos, ya sabemos que muebles traen y no nos queremos meter en problemas".

El agente no quiso explicar de quién venían las instrucciones de no molestar a los jugadores del equipo de futbol. Si de los mandos medios o altos de la dirección de vialidad, si de la actual administración de Torreón. Aseguró que era un jugador porque los elementos asignados a ese sector de la ciudad ya conocen los vehículos en los que transitan. Comentó que ellos eran simplemente agentes, que los que salían en las fotos, iban a los partidos, y recibían todo tipo de atenciones de parte del equipo lagunero eran sus jefes, aunque no dijo cuales, aclaro.

Lo cierto es que la escena transcurrió de esa forma, confirmando que la ley, en su concepto primario, aunque sea en un reglamento municipal de vialidad, es para unos cuantos, que basta ser estrella de futbol, celebridad, empresario, o alguien que detente poder, como para que la balanza se cargue a su favor. Recordé esa cantidad de veces que como reportero conocimos de accidentes de vialidad cuyo reporte desaparecía misteriosamente en el Tribunal de Justicia Municipal. Es decir, que por más empoderamiento que permitan los espejismos de las redes sociales, seguimos viviendo en una sociedad con ciudadanos de primera y de segunda.

Se que los directivos del equipo lagunero hacen esfuerzos por inculcar en jugadores, cuerpo técnico y administrativo el buen comportamiento. Qué tanto funcionen esas nobles intenciones, no se sabe. Ojalá que "La casa del dolor ajeno", no se entienda como símil de la frustración de ese ciudadano que tiene que sentir el peso de la ley, mientras otros se la pasan por el arco del triunfo. Y ojalá que quienes tienen que aplicar la ley, disfruten con el mismo entusiasmo la vista privilegiada de los juegos del equipo lagunero desde el palco que les prestan, al igual que el cumplimiento del deber de los elementos a su cargo y que además de un autógrafo, o la tradicional foto para el Facebook que piden los fanáticos, manden a quienes incumplen el reglamento de transito, con la debida multa a su casa.

@uyohan

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Escrito en: editorial Yohan Uribe editoriales

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