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'Colémbolos', la raíz poética de Aurora Hernández

Su inicio formal en la escritura sucedió en el taller del maestro Guillermo Samperio

(SAÚL RODRÍGUEZ)

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SAÚL RODRÍGUEZ

Aurora Hernández comparte su voz poética a la grabadora en el café de un centro comercial. En su bolsa bordada se asoma un ejemplar del libro Asimetría, escrito por el poeta polaco Adam Zagajewski y publicado por la editorial Acantilado.

Hernández también presentó un libro de poesía hace algunos días, durante los festejos por los 49 años de la Casa de la Cultura de Gómez Palacio. Allí la asistieron escritores como Arcelia Ayup, Sergio Rojas, Alfredo Castro y la guitarra de Brandon Frost. Su obra se titula Colémbolos y está inspirada en su propia hija.

Encuentro

La autora tenía 14 años cuando se encontró con los libros de su abuela. Las páginas canelas de los ejemplares albergaban versos de Amado Nervo y Manuel Acuña. Otros autores que asomaron su escritura entre esas duras pastas fueron Gustavo Adolfo Bécquer y Rubén Darío.

“La poesía me transmitió un misticismo por parte de Amado Nervo y de Manuel Acuña también, pero este último desde un punto de vista más orientado al desamor”, comenta. Aunque comenzó a escribir desde antes. Con ocho años ya redactaba mundos a través de cuentos sobre las nubes y el sol.

Aurora Hernández hace una pausa, da sorbos a su chai late y añade que su inicio formal en la escritura sucedió en el taller del maestro Guillermo Samperio.

“Empiezo a escribir cuento. La poesía no la saco. Aunque sí escribo en mi adolescencia, en mi juventud, la poesía era muy reservada, no la quería sacar, hasta que con Samperio empiezo a desarrollar estos cuentos. Se publican dos libros colectivos con él y luego entro con el maestro Marco Antonio Jiménez y ahí es donde empiezo a trabajar la poesía”.

Fue en ese último taller donde Hernández encontró cómo dar dirección a su poesía. La nutrieron los comentarios de sus compañeros. Por eso sentencia en una oración: “Nunca dejé de escribir”.

Publicación

Colémbolos es un arduo de trabajo de cinco años marcado por la ciencia del tecleo y el borrador. El título refiere a una clase de insectos extremadamente diminutos, inadvertidos en muchas ocasiones debido a su tamaño. Suelen ocultarse en el suelo, en lugares húmedos, donde pueden alimentarse de hongos y otra materia orgánica.

“Me inspiré en mi hija. Ella está en Londres, haciendo un doctorado en ciencias. Ella es bióloga, entomóloga, hace revisiones de insectos, de taxonomía, etcétera. Entonces, ese encuentro con su desarrollo profesional fue el que me inspiró”.

La autora también se valió de sus actividades como maestra de yoga y de una filosofía donde se respeta la vida, por mínima que sea, tan mínima como los colémbolos.

El poemario se estructura en varios capítulos, cada uno de ellos poblados con diversidad de temas. La autora hace un recorrido desde la alquimia, pasa por la mitología, personajes bíblicos (alejados de la veneración religiosa y vistos como referentes de la luz del conocimiento, de la sabiduría y la verdad), hasta el encuentro con mujeres importantes.

“La voz poética de mi libro es como esta mujer de origen. ¿Qué quiero decir con origen? La visión de la mujer como en los periodos paleolíticos, en el sentido de que era creadora, que era quien nutría, quien podía hacer toda esta magia con su energía, con su presencia, con su misión como mujer, sin querer ser como el hombre. Es una visión en armonía con su esencia creadora”.

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