Es lamentable más allá de que si hay o no razón para plantear una reforma al Instituto Nacional Electoral -INE- antes llamado Instituto Federal Electoral -IFE- por parte del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, lo que ya parece que el presidente ha convertido su administración, es un viaje sin regreso en la polarización de la sociedad.
Apenas un par de días atrás, en un coloquio celebrado entre un puñado de empresarios laguneros y directivos de un banco regiomontano, se ofreció una interesante presentación de un economista proveniente de la propia Sultana del Norte, quien en su disertación explicaba basado en la interpretación de los datos que traía consigo.
Su postulado era al final de cuentas esperanzador en cierto momento. Existiendo razón para justificar que la inflación alta -para estos tiempos, puesto que hace menos de 30 años en México se superaban ampliamente las inflaciones de dos dígitos- no es responsabilidad del actual gobierno federal y tiene que ver mucho más por las interrupciones en las cadenas de suministro de bienes de todo tipo por la pandemia que nos indilgó el Covid, aunando de la consecuencias que ha desatado el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania; haciendo énfasis en la también justificación de porqué ahora se tiene un "superpeso" respecto a la cotización con la moneda estadounidense. Francamente se podría pensar que el gobierno de AMLO no es tan malo como se le mira en ciertos círculos pequeños de la sociedad.
La realidad es que México tiene algunas condiciones que lo hacen relativamente robusto en términos económicos en el concierto de las naciones. Si bien es cierto que el nivel de endeudamiento ha crecido sensiblemente con respecto a su producto interno bruto -PIB- desde el gobierno de Enrique Peña Nieto y ha continuado creciendo con el de López Obrador, su apalancamiento roza ya el 60%, éste sigue siendo muy moderado si se lo compara con otros países de condiciones similares.
Hay que agregar que la vocación manufacturera de algunas regiones del país, particularmente las zonas del Bajío, Occidente y el Norte en general, le da carácter exportador a la economía mexicana, cuyo destino principal es el coloso del norte, por lo que la llegada de dólares por ese conducto es más que una realidad. De cierta manera lastimosa, porque significa que miles de trabajadores separados de sus familias que emigraron a los Estados Unidos para buscar oportunidades laborales con remuneraciones suficientes para proveer a sus familias que dejan en México, por las remesas que se envían al país se han duplicado en los últimos diez años. Hay quien dice que los dólares del narco están revueltos allí y puede ser que una parte, pero no justificaría que las remesas se hayan doblado. El turismo internacional también es fuente de divisas extranjeras, y en México se cuenta con una fuerte industria en la materia.
Con estos referentes, además del bono demográfico con el que cuenta la nación mexicana que aún se considera joven respecto a Europa o no se diga Japón y su vecindad con el mercado más grande del mundo y que también tiene una población con un índice de edad que todavía le proyecta carrera económica vigorosa, México tiene un futuro esperanzador, aún con las tropelías económicas que comete el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Sin embargo, por más críticos que se pueda ser con el actual gobierno de México, hay una acción que se debe celebrar por todos los ángulos: la decisión del propio presidente de elevar considerablemente los salarios mínimos. Uno de los grandes problemas de México es la terrible desigualdad social, que como tal es un caldo de cultivo para populistas -como el propio AMLO en muchos matices- y que es urgente atender. Elevar sustancialmente los salarios de quienes menos ganan, palea la injusticia distributiva y por otro lado, activan el consumo moviendo la economía.
Se puede continuar con la crítica hacia el actual gobierno, que ya está a menos de dos años de concluir y lo predecible es quien llegue a suceder el actual mandatario, pronto se lo sacuda. Aun así, no debe de seguir retumbando en la sociedad toda que debe de combatirse la desigualdad, fuente de muchas injusticias y causa del alejamiento definitivo del bien común.