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COLUMNA

Convivir bajo la ley

ÉDGAR SALINAS URIBE

"Con dinero y sin dinero hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley...", escribió José Alfredo Jiménez en "El Rey", una de las canciones emblemáticas de la canción vernácula mexicana. Siempre que se canta, se interpreta con pasión, y bajo el ensoñamiento de libertad absoluta porque, como en algún momento los reyes, la propia palabra es la ley, es decir, la indicación de lo que sí puede hacerse y lo que no.

En estos versos encontramos la síntesis de un entendimiento generalizado acerca de la libertad, el poder y la ley. Con esa referencia, la libertad es asumida como el absoluto de empatar la voluntad propia con el hacer y se elimina la presencia y acotamiento de cualquier influencia exterior. Lo ajeno a la decisión propia se diluye en la nada. La libertad así comprendida se convierte en un hacer sin límites que coincide en ciento por ciento con el propio querer. No hay muros, solo mi querer y decisión. El poder, en este contexto, sería una capacidad ilimitada de que la propia voluntad, el querer, se realice. Así como para la libertad se eliminan los escollos del mundo externo, al poder se le asigna una capacidad omnímoda. Para cerrar este triángulo, la ley es sinónimo de la propia palabra y no requiere ser objetivada en ningún artículo o frase, a no ser esta la expedida por la voz personal. En otras palabras, los versos de esta estrofa son una perorata a favor de la no existencia del exterior sino al encumbramiento absoluto del sujeto.

Pero tal cosa no existe en el reino de la necesidad, es decir, en la existencia humana. Las limitaciones que la naturaleza genera como aquellas que la convivencia obliga, hacen que canciones como El Rey hinchen las emociones, pero no pasan de allí. El propio José Alfredo lo reconocía en otras de sus historias cantadas, por ejemplo, esas donde el cantinero era ley y límite, y al pretender eliminarlo se elimina también al propio sujeto. Lo cierto en la convivencia humana es que esta solo es posible y duradera bajo las leyes.

Traigo a colación la letra del hijo predilecto de Dolores Hidalgo a propósito de una conmemoración más de la Constitución Política de nuestro país (con todo y sus más de doscientas modificaciones) y de la importancia que tiene para el crecimiento y prosperidad de un país el respeto a lo que se denomina estado de derecho en un régimen democrático. Una constitución es una declaración formal de cómo buscamos convivir para que en esos límites cada persona pueda encontrar caminos de realización. Por sí misma, esa declaración no resuelve el día a día pero se supone que sí muestra las indicaciones generales, a partir de las cuales se despliega un sinnúmero de reglas que traducen para el día a día de la convivencia lo permitido y no en aras del bien común.

Pero nunca falta el borracho que confunde la canción con el mundo real. Y entonces tenemos a múltiples sujetos afirmando que su palabra es la ley. Están por ejemplo aquellos que recurren a la violencia extrema y, por las vías del plomo, establecen sus propias reglas en territorios enteros. Son un desafío constante a la nación en tanto rompen con la norma general. Su pervivencia es una muestra de su capacidad y de lo contrario por parte de quien, se supone, ha de velar por el cumplimiento de la declaración legal suprema. El poder allí se ha trasladado a nuevos actores, aunque la retórica la mantenga quien dice tenerlo.

También encontramos a quienes confunden la evolución histórica de los arreglos para la convivencia democrática y suponen que el Rey de José Alfredo o los antiguos reyes son lo mismo, pero con diferente nombre, que los primeros ministros, presidentes, gobernadores o alcaldes de hoy y, por tanto, su palabra es la ley. En un régimen que se precia de derecho no es así. La ley pinta su raya. Otra cosa es pretender que, en efecto, la ley objetiva coincida con los deseos unipersonales, pero entonces difícilmente estaremos en regímenes democráticos donde la libertad, dentro de un marco legal, es fundamental. Da la impresión de que la ley, en el fondo, es el marco para el ejercicio de la libertad humana. Habrá quien aspire a la eliminación total de la ley (El rey josealfrediano) y habrá quien aspire a la eliminación de la libertad (el dictador). En ambos casos la comunidad humana, en su diversidad, es eliminada.

@EdgarSalinasU

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Escrito en: editorial Edgar Salinas Uribe editoriales

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