Podré perder interés en casi todo, menos en lo que lastima a mis iguales… Podré asumir que mi trabajo es una farsa, menos mi deber de servir.
Vomito esas frases semicélebres luego de ser golpeado un día más por la realidad que dramatizan algunos medios de comunicación masiva -pero al fin realidad-, con relación a la sospechosa muerte en Nuevo León de otra mujer en el país de la impunidad, del no pasa nada o de la burla al sufrimiento del otro.
Me rehusaré aquí a vestirme de investigador privado, a sumarme a la especulación de un hecho que lacera mi corazón al saber que mata el de uno de mis iguales o a tranquilizarme cerrando los ojos a lo cotidiano para disfrazarlo con el traje de lo excepcional.
Me concretaré entonces a preguntarme si en el sitio donde viven mis hijos podrá cohabitar la esperanza, y luego quizá aceptaré que será imposible en tanto yo mismo no haga propias las situaciones que al lesionar a mis semejantes podrán tornarse también contra mí.
Confirmaré por añadidura que podré fallarle a mi persona sólo si esto no impacta en los demás, y después entenderé que si fuera funcionario público y tuviera vergüenza renunciaría y pediría perdón por no tomar en serio mi contribución al mundo de mis hijos.
La actuación de la Fiscalía General de Justicia del Estado de Nuevo León en el caso de la joven fallecida en circunstancias que alientan la posibilidad de que se haya cometido un crimen, otro en una interminable lista con nombres de mujeres, ejemplifica vergonzosamente el desprecio en una nación a la seriedad que no únicamente merece el dolor ajeno, sino la elemental conciencia que hace ver a la indiferencia ante el deber propio como la semilla de la apatía generalizada, que tarde o temprano carcomerá hasta al indiferente.
La anunciada destitución atribuible en el caso aludido a omisiones o errores de los fiscales antisecuestros y especializado en personas desaparecidas confirmaría, además, la limitada dignidad de quien como su superior jerárquico debió sumarse a ese adiós por algo más que fallar a su deber, es decir, por afectar la credibilidad del concepto "justicia", que rebajado al de suripanta da paso a la anarquía que mina a todo México.
No, la falta de seriedad con lo humano no es nueva…
Hace unos 10 años un alcalde que aspiraba a la gubernatura de su entidad norteña me pidió elaborar un discurso para presentarlo en la universidad estatal, a propósito de la invitación que había recibido para asistir a un evento dedicado a la mujer.
Cuando leí la invitación observé que la participación del presidente municipal era contemplada como "ponencia", lo que me hizo suponer que se esperaba profundidad en sus palabras.
Con esa expectativa me "enclaustré" durante más de 12 horas para amanecer con la satisfacción de tener listo un documento a la altura tanto del foro universitario que lo conocería, como de las aspiraciones políticas del conferenciante.
¿Frívolo?, tal vez, y hasta neoliberal si me apuran, pero jamás flojo o perezoso. A las siete en punto de la mañana él estaba en mi oficina para conocer el trabajo encomendado.
Lo leyó con atención, arrugó el entrecejo un par de veces, regresó algunas páginas para repasarlas y cerró el documento dándole una palmada.
-Eres muy complicado- dijo, dando muestra de que él también era acertado. Continuó:
-Gracias, es un trabajo al que seguramente le dedicaste mucho tiempo; me lo voy a llevar, aunque prefiero improvisar, son mujeres y sé lo que quieren escuchar.
Por curioso y solidario asistí al evento universitario, creyendo ingenuamente que algo de lo hecho pudiera ser utilizado. Empero, bastaron las primeras palabras para conocer la tesis del orador y confirmar su visión de género:
-Las mujeres son chingonas… y me da gusto estar entre ellas.
¿Alguna idea más? No, la chingonería como virtud del género mayoritariamente reunido y argumento para su alabanza fue el eje ya no de la ponencia, sino de la breve plática del alcalde, quien consideró que esto era lo que quería escuchar su público, no el compromiso de un gobierno por la seguridad y equidad de la mujer, no por el fin del predominio de la razón sobre la barbarie.
Para que las palabras de cambio o transformación pronunciadas por los políticos de cualquier color sean congruentes con la realidad, será necesario esperar muchos otros discursos y contar con más humanos pudorosos y respetuosos de sus semejantes.
Los feminicidios y casos de desaparecidos son asuntos serios, aunque algunos de sus investigadores no lo parezcan.
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