Como religiosa Sor Juana vivía sujeta a las limitaciones de los ordenamientos y la conducción (voluntad) de las jerarquías superiores, por tanto es el entramado de ese contexto el que dicta el sentido y los términos de su máxima que aparece arriba.
Precisamente la escribe en el cuerpo de una carta destinada a su director espiritual, el obispo Manuel Antonio Núñez de Miranda, máximo poder religioso del virreinato.
Sin embargo, a pesar de todo el contexto confesional, la máxima escrita por La Americana Fénix se puede aplicar en cualquier situación de la vida en la que actúen conducciones tan severas que parezcan represiones desmesuradas. Estas guías rigurosas, como dice la máxima sorjuanina, producen seres reprimidos, desesperados, que en ocasiones encontrarán como único alivio a su desesperación la rebeldía, la insurgencia, la insurrección.
De hecho, la epístola de Sor Juana conocida sencillamente como Carta, es una sublevación de la pupila de Núñez de Miranda, al que, en términos contemporáneos, “despide”. Le hace ver que su “salvación” no tiene que ser gracia de él; que sin su guía podrá “elegir libremente padre espiritual el que yo quisiere”. En las últimas líneas de la carta le dice a Núñez “no se acuerde de mí si no fuere para encomendarme al Señor”.
Inserta en la carta, la máxima es una lección para el obispo y su enseñanza se extiende a todas las regiones y a todos los tiempos en que se ejecuten limitaciones injustas, represiones desatadas.
Para todo tiempo y lugar donde la represión avasalle, Sor Juana dice: “los preceptos y fuerzas exteriores, si son moderados y prudentes, hacen recatados y modestos; si son demasiados, hacen desesperados.
