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COLUMNA

El costo de la simulación democrática

JUAN ANTONIO GARCÍA VILLA

Hoy en día la democracia es un concepto muy popular. Todo el mundo, quien más quien menos, se ostenta ferviente demócrata, presume de ser fiel demócrata. Pero muchos no tienen siquiera la menor idea acerca del contenido del concepto. Y quizá ni les importe tenerlo. Sin embargo, saben muy bien que no es políticamente correcto asumirse como enemigos o contrarios a la democracia. Saben que sería un suicidio.

Pero no siempre fue así. En su "Teoría de la Democracia" Giovanni Sartori afirma que por una serie de circunstancias, en las que por cierto lamentablemente no profundiza, durante un tiempo la democracia cayó en memorable descrédito. Sin que sea el tiempo histórico al que Sartori hace referencia, esto se confirma con sólo revisar la literatura política --y aun las simples noticias periodísticas-- entre ambas Guerras Mundiales. Prácticamente durante tal periodo, con notorias excepciones, como siempre las hay, nadie reivindicaba el sistema y las prácticas democráticas. Era la época del nazismo, los socialismos, el fascismo, los países llamados comunistas y el franquismo, que son la antítesis de la democracia.

Pero después de la Gran Guerra todo cambió. Ser demócrata, presumirse partidario de la democracia ahora da prestigio. Tanto que aun los países de la órbita socialista, por increíble que parezca, hasta antes de la caída del muro de Berlín casi todos ellos oficialmente se definían como "democracias populares". Pleonasmo aparte, la verdad es que su sistema político era -sigue siendo en los casos en que tales regímenes subsisten-- lo más contrario a la democracia. Pero se valen del concepto democracia, del que presumen, para tener buena imagen, al menos entre los ingenuos que les creen.

En México la Constitución establece en su artículo 40 que es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una "República representativa, democrática…en todo lo concerniente a su régimen interior". Y el siguiente numeral de la Carta Magna, el 41, dispone que los partidos políticos, a los que define como "entidades de interés público", "tienen como fin promover la participación del pueblo en la vida democrática".

Si la Constitución reconoce que el pueblo ha decidido constituirse en república democrática y que a su vez la participación del propio pueblo en la vida democrática se organiza a través de los partidos políticos, la conclusión lógica, obvia, es que a su vez los partidos han de funcionar conforme a los principios, formas y métodos democráticos. Sería absurdo que se les ordenara la adopción de procedimientos no democráticos.

Los anteriores principios constitucionales la "Ley General de Partidos Políticos" los explicita de la manera siguiente:

En su artículo 25 dispone como obligación de los partidos "ajustar su conducta y la de sus militantes a los principios del Estado democrático". Y ordena que los Estatutos de aquéllos establezcan "las normas y procedimientos democráticos para la integración y renovación de sus órganos internos" así como "para la postulación de sus candidatos" (artículo 39.1, incisos e y f).

¿Entonces por qué, de manera sistemática, los partidos vienen aplicando para seleccionar a sus candidatos a cargos de elección popular métodos tan poco democráticos como el dedazo, las tómbolas y las encuestas cuya principal característica es su opacidad?

Cada vez más el ciudadano se desencanta de la democracia. A nadie debe sorprender, como escribió Giovanni Sartori que históricamente ya ha ocurrido, que aquélla caiga de nuevo en memorable desprestigio. Una señal de que ello ya ocurre es el generalizado descrédito que hoy lastra a los partidos.

Para enfrentar y superar tal riesgo, ya inminente, militantes de diversas tendencias políticas están proponiendo como solución que todos los partidos simultáneamente, en una misma jornada, celebren elecciones primarias abiertas a toda la población que simpatice con cada uno de ellos. Vale la pena considera seriamente esta iniciativa.

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Escrito en: Editorial Juan Antonio García Villa editoriales

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