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El encuentro entre Julio Scherer y la periodista lagunera Magdalena Mondragón

Se dio durante búsqueda de los restos del tlatoani Cuauhtémoc

Se dio durante búsqueda de los restos del tlatoani Cuauhtémoc. (EL SIGLO DE TORREÓN)

Se dio durante búsqueda de los restos del tlatoani Cuauhtémoc. (EL SIGLO DE TORREÓN)

SAÚL RODRÍGUEZ

El periodismo mexicano tiene quizá una deuda incalculable con el trabajo de Julio Scherer García. Director del periódico Excélsior de 1968 a 1976 (hasta que fue destituido tras el golpe orquestado por el entonces presidente Luis Echeverría), fundó la revista Proceso en 1976 y ejerció el cargo de presidente del Consejo de Administración de CISA hasta que la muerte lo abordó el 7 de enero de 2015.

Fue un hombre obsesionado con el conocimiento, indagatorio en cada plática, lograba que hasta la conversación más casual se convirtiera en una especie de entrevista. No por nada su ejercicio periodístico registró encuentros con personajes como Fidel Castro, Octavio Paz, Salvador Allende, Augusto Pinochet, Pablo Neruda, el Subcomandante Marcos e incluso el narcotraficante Ismael ‘El Mayo’ Zambada.

Entre sus múltiples publicaciones, destaca el libro La terca memoria (Grijalbo, 2007), bestseller, anecdotario del periodista y cúmulo de fragmentos reconstruidos a raíz de la palabra. Se trata de la confrontación de Scherer ante los momentos más importantes de su vida, donde se reportea a sí mismo en tiempo aleatorio, empleando como fuente la memoria. En sus palabras: “Este es un libro escrito con todo el coraje del mundo”.

Estas páginas contienen el nexo más significativo que tuvo con La Laguna. El lazo se redactó al encontrarse con otra maestra de las letras.

REPORTEAR EN IXCATEOPAN

En una sección de La terca memoria, el periodista menciona algunas anécdotas vividas durante su etapa en Excélsior. En los apartados se despliegan nombres como Rodrigo de Llano o Elena Guerra, pero quien resalta es Magdalena Mondragón (Torreón, 1913), periodista lagunera y primera mujer en dirigir un periódico en el país, al encabezar La Prensa Gráfica de Ciudad de México en 1950 (medio donde trabajó durante 30 años).

En poco más de una cuartilla, Julio Scherer despliega la memoria e inicia el relato situando su encuentro con Mondragón en Ixcateopan, “un polvoso pueblo” del estado de Guerrero, localizado a aproximadamente 168 kilómetros al norte de Chilpanchingo, donde existe una zona arqueológica.

La narración indica que tanto Scherer como Mondragón eran guiados por la arqueóloga Eulalia Guzmán, “una anciana de penetrantes de ojos oscuros, dueña de un magnetismo y fortaleza física impresionante”. Los periodistas arribaron al sitio junto a otros colegas. Era la búsqueda de los restos del tlatoani Cuauhtémoc.

La fecha del encuentro queda a imaginación del lector. No se menciona dato temporal. Aunque se sabe que en septiembre 26 de 1949, Eulalia Guzmán declaró haber dado con la osamenta de Cuauhtémoc.

Scherer resalta la trayectoria de Mondragón y cita su ensayo Los presidentes me dan risa (1948), “una historia mordaz a propósito del presidencialismo, algo al fin del páramo de la crítica escrita, era dueña de su descaro”.

Iguala se encuentra a 60 kilómetros de distancia de Ixcateopan, en un valle rodeado por nueve montañas. Allí se trasladaban los periodistas cada atardecer, desayunaban en el mercado y ella recalentaba un mezcal por las mañana mientras “se gozaba en sus desplantes”.

La segunda parte del relato narra cómo Mondragón asistía a las reuniones con Manuel Ramírez Vázquez, nombrado subsecretario del Trabajo durante el gobierno de Miguel Alemán. Mondragón cubría las fuentes laborales y en una ocasión tuvo que hacerse notar ante el subsecretario.

Scherer describe a la lagunera como una mujer “bajita, con el cuello estirado”. Mientras el subsecretario se extendía en sus declaraciones, ella parecía perder la paciencia, por lo que tuvo que recurrir a un ademán para capturar su atención.

El autor no da más espacio a la anécdota, pero genera el registro de cómo uno de los periodistas más influyentes del país brindó homenaje a quien quizá es la escritora más importante que ha parido La Laguna (sin olvidar a Enriqueta Ochoa, cuya poesía se sitúa en otro lugar).

Un mes antes de su muerte, Scherer  García publicó su último texto, curiosamente dedicado a otro pilar del periodismo mexicano: su entrañable amigo Vicente Leñero.

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