Sucedió que un lagunero fue al coloso de las Carolinas a ver el juego entre Santos, o "suuuus guerreros", como ahora algunos enfatizan y los "panzas verdes" o "la fiera", como ahora otros les llaman (las palabras importan, no son inocuas y tienen secuelas). Como muchos laguneros de su generación que seguían al América, Chivas, Cruz Azul o Pumas, él creció como aficionado del León, pues durante su niñez y juventud no hubo futbol profesional en La Laguna. Luego trajeron al Santos y las cosas cambiaron. Como haya sido, quizá en fidelidad a sus memorias, fue al juego con la casaca del León y, gracias a la intervención de su familia, pudo salir a salvo, pero no inmaculado de los golpes que le propinaron aficionados del Santos molestos por la vestimenta de quien, más allá del jersey, era lagunero como sus agresores.
Aquel, puede decirse, fue un hecho aislado, como habrá quien diga lo mismo de la cobarde embestida del sábado en el estadio Corregidora, o como las amenazas y agresiones a los árbitros en Uruguay que obligó a suspender la jornada también este mismo sábado, o como la trifulca que dejó un muerto en la previa entre Atlético Mineiro y Cruzeiro este mismo fin de semana. Y si vamos hacia atrás e incluso más allá de solo lo profesional, observaremos que el futbol es un deporte saturado de muchos hechos aislados de violencia, pero cuya suma es tan abultada que debería ponernos a pensar no solo fuera de la caja, sino muy lejos de ese lugar común.
George Orwell, el legendario autor de 1984 y la no menos actual Rebelión en la Granja, escribió que "El deporte serio no tiene nada que ver con el juego limpio. Está ligado al odio, los celos, la jactancia, el desprecio de todas las reglas y el placer sádico en la violencia. En otras palabras, es una guerra sin disparar." Paradójico cómo la sublimación del conflicto y la violencia a través del deporte, que parecía un avance civilizatorio al menos para evitar las confrontaciones sanguinarias, se haya convertido en un nuevo territorio de violencias y no solo simbólicas. Provoca la reflexión el comentario de Orwell, pues si el deporte serio conlleva en su constitución prácticas como esas mencionadas, entonces no se trata de deporte sino de una actividad física cuyo propósito principal no está ligado a la raíz de la palabra deporte (diversión) sino a las señaladas por Orwell.
Al momento de escribir estas líneas, se ha difundido que podría darse la desafiliación del equipo Gallos de Querétaro. Ante esto uno de sus directivos reaccionó señalando que eso no evitará que la violencia deje de presentarse en otros estadios. En tanto, al parecer se ha suspendido la realización de más juegos en ese estadio hasta nuevo aviso y la prohibición de que las llamadas barras de los equipos acudan a otros estadios. En otras palabras, se reconoce tácitamente que no es posible convivir seguros en los estadios cuando hay presencia de barras contrarias. Dejan pendiente la cuestión de si las barras pueden representar un riesgo en sí mismas o sólo cuando tienen carácter de visita. A todo esto, parece que es distinto una porra a una barra.
En algún lugar había leído que una persona aficionada o deportista con "verdadero espíritu deportivo" es aquella que tiene asumida la triple posibilidad de resultado, al menos en tiempo normal, en un deporte como el futbol: triunfo, derrota o empate. Esa triple posibilidad es tanto reglamentaria como física. Incluso los mejores equipos del mundo y de la historia han perdido. Tener asumida esa triple posibilidad permitiría tomar de modo relajado eso de que el futbol es lo más importante de lo menos importante. Pero Orwell aparece y nos dice que el deporte serio es otra cosa. ¿De modo que el verdadero espíritu deportivo hay que aprenderlo no en el deporte serio sino en otro lugar? Vaya paradoja.
Hace años escuché comentar a algún aficionado santista que era práctica habitual de la porra del Morelia, cuando venía a Torreón, realizar convivios con aficionados verdiblancos, a quienes a su vez se les recibía con iguales atenciones cuando visitaban la capital michoacana. Había comida e intercambios, y en la cancha triunfos, derrotas y empates: el futbol divertía y unía. No era serio, señor Orwell.
@EdgarSalinasU