En dos décadas el gasto militar en el mundo se ha duplicado. De 2001 a 2021 pasó de 1 billón de dólares a 2 billones. Y en plena pandemia, las potencias militares han pisado el acelerador a pesar de la contracción de la economía global derivada de la crisis por la Covid19. De 2019 a 2020, el gasto militar pasó de equivaler 2.18 % del PIB global a 2.33 %. Estados Unidos, China, Rusia, Reino Unido, Alemania, India, Japón, Corea del Sur, Arabia Saudita y Australia son los países que más gastan en defensa. Visto en perspectiva, y a la luz de lo que ocurre en Ucrania, parecería que los estados más poderosos del orbe se alistaban para un conflicto inminente. No obstante, debemos hacer notar que en las dos primeras décadas se han multiplicado los conflictos y las tensiones en varias regiones del mundo que ayudan a entender el incremento de los presupuestos de defensa: Oriente Medio, Asia Central, el Cáucaso, el Magreb, el Sahel, Europa Oriental y el Indo-Pacífico. La descomposición de la hegemonía estadounidense ha dejado un mundo con mayor inestabilidad en el que hay múltiples perdedores y unos cuantos ganadores.
La lucha de poder que se libra hoy en medio de la desarticulación del sistema global vigente en los últimos 40 años guarda semejanzas con la pugna entre potencias europeas que se suscitó a finales del siglo XIX y principios del XX, previo a la Primera Guerra Mundial. Igual que ahora, las potencias imperialistas de la época incrementaron sus gastos de defensa para competir en una carrera armamentista que dejó pingües ganancias a los fabricantes de insumos bélicos de todo tipo. También similar a lo vivido hoy, varias revoluciones, guerras civiles y regionales, en las que intervinieron de alguna u otra manera las grandes potencias, sacudieron al mundo antes de que la inestabilidad del entonces decadente sistema mundial hegemonizado por el Imperio británico desencadenara en un conflicto generalizado. Un argumento que usan los apologistas de la industria bélica es que las armas se adquieren antes para disuadir que para utilizarlas. Pero algunos analistas de la guerra han puesto en evidencia que cuando los estados invierten de forma generalizada, creciente y sostenida en armas, la tensión por dar salida a esa inversión se vuelve insostenible. Un conflicto, entonces, se hace deseable.
Hoy como antes vemos apologistas de la guerra en todos los bandos. En el caso de Ucrania, están quienes justifican la intervención militar rusa como necesaria para frenar el avance de la OTAN hacia las fronteras de Rusia, eliminar a los neonazis que operan en el este de Ucrania y desmilitarizar a este país para evitar que se vuelva una amenaza para lo que Moscú entiende como su seguridad nacional. Del otro bando, están quienes justifican la hostilidad contra Rusia para poner alto a sus afanes expansionistas y de desestabilización al grado de decir que el conflicto en Ucrania es una guerra por la defensa de Europa. Bajo esta lógica se entiende que la OTAN continúe apoyando militarmente a Ucrania, aunque sin intervenir de forma directa. Es decir, que los ucranianos pongan la sangre y los muertos por los ideales de Occidente. Pero con sus argumentos, ambos bandos sirven al mismo amo: el poderoso conglomerado industrial de las armas. Así como la Rusia de Putin ha venido aumentando las capacidades de sus fuerzas armadas en los últimos 20 años, Ucrania ha hecho lo propio desde 2014, cuando se dio la anexión de Crimea por parte de Moscú. Y a raíz del conflicto desatado entre los dos países vecinos, todas las potencias del mundo han decidido aumentar aún más sus gastos de defensa. Los lores de la guerra se frotan las manos mientras multiplican su fortuna vendiendo más armas para satisfacer la demanda causada por el conflicto.
¿Cuáles son esas empresas que hoy se enriquecen con muerte y sangre? De las 25 compañías más grandes en la industria de las armas, 12 son de EUA, entre las cuales destacan: Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman, Raytheon y General Dynamics, que ocupan los cinco primeros lugares. China posee cuatro en el top 25, de las cuales tres están entre las diez primeras: Aviation Industry Corporation of China, China Electronics Technology Group Corporation y China North Industries Group Corporation. Rusia, Francia y Reino Unido registran dos empresas cada uno en el ranking de las 25. Estas empresas concentran el mercado de las armas en el mundo e invierten millones de dólares en cabildeo para empujar a los gobiernos a que autoricen mayores presupuestos para la compra de equipos militares. Pero sin una guerra, dicha compra no puede justificarse por mucho tiempo, así que los cabilderos se vuelven promotores de amenazas o conflictos. Tan sólo en los primeros días después del estallido del conflicto en Ucrania, la industria armamentista aumentó en 10 % su valor, es decir, unos 82,000 millones de dólares. Esto no significa que las guerras tengan como causa primera y última las ambiciones de los empresarios belicistas, sino que éstas se vuelven un elemento más dentro de un cóctel de factores. Pero el conflicto en sí y su consiguiente gasto militar es sólo una de las consecuencias nocivas de la promoción de la guerra.
Los grandes perdedores de los conflictos bélicos son los civiles. En Ucrania, la población civil es la que está poniendo los muertos y la que ha tenido que dejar su hogar para colocarse bajo resguardo. En Rusia, son los ciudadanos de a pie los que están pagando las consecuencias de las sanciones económicas que están hundiendo la economía rusa. Y así ha sido en Irak, Afganistán, Siria, Libia, Yemen. Pero el daño no termina ahí. Las poblaciones de países en guerra deben hacer enormes sacrificios para que sus gobiernos paguen la reconstrucción de la infraestructura de ciudades y pueblos. A esto hay que sumar el daño ambiental que la detonación de las bombas y el uso de vehículos militares genera, además del enorme consumo de energía que implica la fabricación de las armas. Por otra parte, invertir en la industria militar para destruir, matar y enriquecer a unos cuantos significa desviar recursos que bien pudieran usarse para mejorar los sistemas de salud, prevenir pandemias, apoyar a sectores afectados por la crisis económica mundial o convertir la producción de energía de fuentes contaminantes a fuentes renovables. Quienes defienden la guerra como mecanismo para hacer valer ciertos intereses o dirimir las diferencias, defienden también la destrucción, la muerte, el daño ambiental y el desvío de recursos del sector público de áreas estratégicas en beneficio de la población para engordar los bolsillos de los grandes lores de la industria armamentista. Las cosas como son.
@Artgonzaga
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