Tradicionalmente a la educación se le concibe todavía en ciertos sectores de la sociedad como un proceso terminado para la transmisión de valores y conductas que las sociedades, culturas y subculturas utilizan para reforzar comportamientos o conductas deseadas, cuando en realidad la educación debe ser concebida para que los conocimientos y su posterior organización sean capaces de crear realidades diferentes en las personas, que les permitan evolucionar a sistemas más complejos de civilización.
El involucrar en el proceso educativo a la filosofía y su papel cuestionador e inquisitivo hacia el sistema establecido, le da a la educación un rol en que se incentiva la discusión y el cuestionamiento para producir nuevos ámbitos de pensamiento.
Bajo este enfoque, la educación universitaria debe ser vista como un sistema complejo, abierto, una actividad humana en dónde las influencias del entorno marcan diferencias entre los procesos realizados en colectividades humanas, un proceso de desarrollo humano en dónde los alumnos necesitan aplicar lo aprendido en la vida cotidiana, tomando en cuenta de que el protagonismo del proceso educativo debe recaer sobre el propio individuo a través de la investigación y la experimentación, descubriendo nuevos aprendizajes, buscando la información de diversas fuentes, posturas y perspectivas, proponiendo nuevas soluciones a viejos problemas.
