El sexenio es un cronómetro avanzando sin piedad. La angustia del tiempo perdido y el fin del mandato pueden llevar a decisiones apresuradas y dañar al país en sus perspectivas de crecimiento. Ya lo hemos visto.
La habilidad de AMLO en comunicar esconde a sus seguidores y al gobierno los problemas no resueltos. Las dos grandes promesas de AMLO fácilmente medibles, reducir la violencia y mayor crecimiento económico, no se han cumplido.
Los homicidios son ligeramente menores respecto al arranque del sexenio, pero están en niveles históricamente altos y la actual tendencia a la baja se puede revertir. Estamos lejos de la promesa de AMLO de disminuirlos en un 50 por ciento en los primeros tres años de su gobierno.
La economía mexicana es más pequeña que cuando AMLO llegó al poder. Comparado con fines del 2018, ningún país de América Latina o de la OCDE está tan mal. Antes teníamos un crecimiento mediocre; ahora ha sido nulo.
A estas alturas del sexenio, pretender cambiar las reglas electorales es inusual. No hay tiempo para probarlas en una elección intermedia y nada de lo propuesto atiende los riesgos y problemas existentes, como el uso de dinero ilegal, la pobre calidad de la democracia en los partidos y la falta de sanciones creíbles a quienes sistemáticamente violan la ley.
¿Qué sentido tiene para quien va muy arriba en el marcador según todas las encuestas desgastarse en cambiar al árbitro cuando está por terminar el partido? Una hipótesis: saben cuán mal se van a poner las cosas y no quieren correr riesgos.
No les bastan las reglas del juego existentes cuando ganaron siendo oposición. Parecen buscar terminar con la incertidumbre democrática: no saber quién va a ganar una elección. En la lógica priista, la disciplina se lograba con la certeza de que sólo se avanzaba respetando las reglas del destape. Siempre ganaba el candidato oficial.
Sea cual sea la motivación para promover esta reforma, no parece haber conciencia del impacto económico que podría tener una regresión en las instituciones que velan por la calidad e imparcialidad de las elecciones. La incertidumbre democrática es una de las principales certidumbres para los inversionistas: en una democracia, cuando gana un gobierno poco amistoso con la inversión, ésta puede cambiar en el siguiente ciclo electoral si los resultados son malos.
En México y hasta en China, país no democrático, al inversionista le asusta el poder sin límites. Ahí desaparecieron una estructura de contrapesos internos y el límite de 10 años en el poder. Xi Jinping gobernará con su círculo cercano por el tiempo que desee. Su agandalle del poder ha desplomado al mercado accionario chino.
Con reglas electorales a la medida, la certidumbre de tener gobiernos morenistas en el futuro, independientemente de su desempeño, sería mala noticia para el país. Habría riesgo de mayores salidas de capital y haría más incierto invertir en México.
Ésta es la variable económica más rezagada. Hoy, la inversión privada es 10.2 por ciento menor que en el 2018. La pública es 20.7 por ciento menor. Bastarían algunas señales en materia eléctrica para estimular la inversión, tan deseosa de venir a México por la necesidad de salir de China. Mucha ha estado llegando de forma importante a pesar de todo, pero estaríamos en un boom inédito con un gobierno procrecimiento.
Ahora buscan una reforma electoral que puede generar incertidumbre. El riesgo de invertir en México ya se ha incrementado. Las tasas de interés hoy son 6.25 puntos porcentuales más altas que las de Estados Unidos. Esto mantiene al tipo de cambio estable, ayudado por el nivel histórico de remesas, pero encarece invertir.
Cambiar las reglas electorales puede hacer que los mercados se asusten si creen que ya no estamos en un entorno democrático. Ojalá prevalezca la prudencia y el sentido de responsabilidad entre los partidos de oposición.
@carloselizondom
ÁTICO
Cambiar las reglas electorales puede asustar a los mercados si creen que ya no estamos en un entorno democrático.