Cuando estudiaba la preparatoria, sentía una gran admiración por el régimen soviético. A mi casa llegaban regularmente publicaciones con información sobre sus éxitos. Me convencieron de las virtudes de un sistema equitativo y pujante. Las críticas de la prensa occidental a la vida en el paraíso, estaba yo convencido, eran propaganda antisoviética.
En la licenciatura en El Colegio de México, aprendí sobre las enormes limitaciones económicas de los gobiernos socialistas y la opresión política imperante. En esa época leí la novela La broma, de Milán Kundera. Ésta muestra uno de los rasgos centrales de los regímenes autoritarios: la implacable burocracia capaz de aplastar a cualquiera.
Situada en Checoeslovaquia, el personaje central de la novela es un estudiante, miembro entusiasta del Partido Comunista en los años 50. Éste bromea en una carta acerca de las virtudes de Trotsky y en contra del optimismo del marxismo. Dicho contenido llega a las autoridades y Ludvik es expulsado del Partido Comunista, pierde su beca, es enrolado en el Ejército y termina trabajando en una mina. Su vida se descarrila por una broma.
Recientemente leí Free (Libre), de Lea Ypi, la autobiografía de la hoy profesora de Teoría Política en The London School of Economics. Nacida en 1979 en Albania, fue educada hasta la preparatoria bajo el régimen comunista de Enver Hoxha. En su adolescencia era una fervorosa creyente de su gobierno. Estaba feliz de vivir en el comunismo pues, por ejemplo, ser menor de edad bajo el capitalismo era, según las revistas para la juventud que leía, inhumano, salvo para las élites.
Ella no entendía el poco entusiasmo de sus padres por el régimen. No se percataba de cuánto lo detestaban, pues utilizaban un lenguaje críptico al criticarlo. Por ejemplo, por años no conoció al esposo de su abuela materna, quien estaba "estudiando" una larga maestría. Lo vio por primera vez cuando se "graduó". "Estudiar" era estar en la cárcel; "graduarse", salir de ella.
Ypi cuenta también el desastre tras la caída del régimen tiránico albano en 1992. Los mercados sin un Estado con capacidades regulatorias llevaron a todo tipo de abusos. Por ejemplo, el sistema financiero dio rendimientos increíbles a los ahorradores por algunos años, pero los bancos quebraron y no le regresaron sus depósitos a la población. La ingenuidad de que el capitalismo simplemente requiere de un Estado mínimo ha costado mucho, sobre todo en países donde se transitó súbitamente de una economía socialista a una capitalista.
Una pregunta después de la lectura del libro es cómo conciliar libertad con igualdad. Ypi, en un reciente artículo académico intitulado "Democratic dictatorship: Political legitimacy in Marxist perspective", defiende la legitimidad de la dictadura del proletariado en comparación con la dictadura de la burguesía de las democracias capitalistas, entre otras cosas, porque aquélla es transitoria, mientras que una burguesía dominante es parte esencial del capitalismo. Es una defensa meramente teórica, porque la dictadura del proletariado no fue el tránsito hacia la utopía comunista. Llevó a la creación de una nueva élite incompetente y privilegiada. El resto de la población, para fines prácticos, no tenía derecho alguno, ni de celebrar una broma.
Esos regímenes fueron tiránicos e incapaces de administrar la economía. En contraste, una de las mayores virtudes de las democracias liberales capitalistas es su mayor capacidad para proveer bienestar económico y el principio de que el ciudadano puede hacer aquello que no tiene expresamente prohibido por la autoridad. El Estado debe proteger estos derechos y no usar los recursos jurídicos diseñados para combatir el crimen para acosar bajo algún pretexto a los ciudadanos. Para vivir en libertad y prosperidad se requiere un Estado competente y fuerte, pero con restricciones claras para evitar que no abuse.
@carloselizondoms
ÁTICO
Incapaces para administrar la economía, los regímenes autoritarios tienen una burocracia capaz de aplastar a cualquiera.