Estamos viviendo tiempos en que ciertamente el acontecer internacional y nacional ocupan los principales espacios noticiosos por doquier. Los escarceos de la Rusia de Putin de invadir a su vecino y antiguo miembro de lo que fue la nación soviética, Ucrania, tiene al mundo entero en calma chicha. Mientras la fuerzas militares rusas, otrora competidoras a la par del ejército estadounidense en capacidades bélicas y tecnológicas, pero todavía con la capacidad nuclear suficiente para asegurar la destrucción de todos los pueblos -tal como también la poseen los norteamericanos, motivo por el cual desde la época de la Guerra Fría nunca se suscitó conflicto directo entre estos dos colosos debido a que el fin sería irremediablemente la destrucción mutua por el arsenal nuclear de ambos países- aglutinaron, según los reportes noticiosos, hasta cien mil efectivos en la frontera entre estas dos ex repúblicas soviéticas, y luego de reuniones entre el propio presidente ruso, Vladimir Putin, con su homólogo francés primero, Emmanuel Macron, y luego con el canciller alemán, Olaf Scholz, y de informes de que se han apartado de la línea fronteriza equipo pesado bélico, lo que haría suponer una distensión de la crisis; el presidente norteamericano, Joe Biden, alerta que parece irremediable que la invasión a Ucrania podría suceder en cualquier día próximo, regresando entonces al escenario de incertidumbre.
El posible ataque de Rusia a Ucrania justificado los primeros en su absoluta negativa que los segundos pretendan adherirse a la OTAN (Organización del Tratado Atlántico Norte, creada posterior a la Segunda Guerra Mundial, encabezada por los Estados Unidos y los países occidentales de Europa para defenderse militarmente de un eventual ataque de la entonces Unión Soviética y sus países satélites de la Europa del Este), ya que de concretarse la intentona, la propia OTAN tendría acceso estratégico a la mismísima frontera rusa. Subyace también la ambición del Gobierno de Putin de seguir fortaleciendo su presencia, particularmente en Ucrania, donde apenas unos años le arrancó por la fuerza la península de Crimea, situada en el Mar Negro.
Con este escenario internacional, evidentemente los mercados mundiales se mueven en el caso mexicano, el tipo de cambio irremediablemente sufrirá los embates del capital golondrino que "volará a la calidad" y que saldrá de países emergentes como el nuestro, aunado a la presión en los precios del barril de crudo, que sonaría beneficioso para las finanzas públicas mexicanas por la extracción que hace Pemex del mismo, pero si recordamos que más del 60 % de las gasolinas que se consumen acá son importadas, más el gas natural que pasa de la frontera norte hacia acá, el escenario se ensombrece.
Ya en el contexto nacional, la rabieta del presidente Andrés Manuel López Obrador por el reportaje que publicó el periodista Carlos Loret de Mola acerca de la vida cómoda y de la denominada Casa Gris (en símil con el escándalo del sexenio pasado de la entonces primera dama de México, Angélica Rivera, quien presumía la posesión de una mansión en la Ciudad de México denominada la Casa Blanca, de la que se había hecho propietaria amén de los favores de unos de los contratistas preferidos del régimen de Enrique Peña Nieto, en claro conflicto de intereses) que lleva su primogénito en la ciudad de Houston, Texas. Cierto que López Obrador en la polarización de clases siempre ha salido ganando, pero en esta ocasión al parecer el invicto ha terminado. Esto no quiere decir que su popularidad no siga alta, pero el paso de las semanas dirá de qué tamaño será el daño a su imagen. Lo que es verdad es que el presidente no podrá ya pontificar que la vida austera es lo mejor, ni la frivolidad de los lujos que solía criticar, ya que ni su prole parece hacerle caso.
En este contexto, el día de ayer El Siglo de Torreón daba cuenta en sus diferentes plataformas del estado en que se encuentra la terminal Nazas, una obra del proyecto de Metrobús iniciado en la administración estatal de Rubén Moreira y que hasta la fecha no ha podido ser terminada.
Las autoridades actuales han justificado que el proyecto se ha retrasado entre otros factores porque la pandemia hizo insostenible el modelo de negocios para el transporte público concesionario actual y la propia viabilidad de Metrobús en general.
Sin meterse a calificar qué tan valedera es tal justificación e incluso el impacto de las finanzas estatales por los recortes que ciertamente la Federación ha hecho, es menester que al menos la estación Nazas reciba limpieza y trabajos necesarios para aguardar dignamente que su proceso de construcción termine, pero mientras tanto deje de ser el muladar peligroso y elefante blanco que en este momento está convertida.