El martes pasado se planteó aquí el contrasentido que implica la duración de los juegos de pelota entre el pasado relativamente remoto y los tiempos que corren. Antes, cuando la vida era lenta, los juegos se desarrollaban de manera rápida. Y ahora que la vida en sociedad marcha con gran celeridad, en que todo el mundo trae numerosos pendientes y quisiera tener más tiempo disponible para atenderlos, el beisbol se ha hecho lento. Qué paradoja.
El beisbol profesional, desde las Grandes Ligas hacia abajo, ha tomado diversas medidas para hacer el juego más rápido y así disminuir su duración.
Todas hasta ahora han resultado ineficaces. El aficionado sabe bien cuáles han sido tales medidas. Y a partir de la temporada 2023 la Liga Mexicana de Beisbol (LMB) iniciará la aplicación de varias disposiciones, como el número de segundos de que dispone el pitcher para hacer su siguiente lanzamiento a home, cuando no tenga corredor en base, una vez que recibe del cátcher la pelota. Igual por lo que hace al bateador, que tendrá limitadas sus salidas de la caja de bateo entre lanzamiento y lanzamiento.
Asimismo estará regulada la duración para el reinicio de las acciones cuando un equipo, a la mitad o al inicio de cada inning, salte al terreno de juego para ocupar sus posiciones defensivas.
Desde las últimas series de la temporada regular de este año, se vieron ya instalados en varios estadios de la LMB, entre ellos el Revolución, los cronómetros digitales de buen tamaño atrás de home y al fondo del jardín central, para poner en práctica tales disposiciones. Al lanzador que no la acate le marcarán una bola y si el que la incumple es el bateador le cantarán un strike.
En cierta forma tales medidas desvirtúan al beisbol pero tal parece que no ha habido más remedio. Lo que resulta increíble que los propios jugadores, los más interesados en mantener el espectáculo, sean los que menos se preocupen en solucionar el problema.
La semana pasada solicité aquí la opinión de los lectores sobre este tema, en especial acerca de las causas que demoran los juegos. Entre los que amablemente se tomaron la molestia de enviarla, a quienes expreso mi agradecimiento, predominó el señalamiento del tiempo que se pierde entre lanzamiento y lanzamiento con motivo de que el bateador se ajusta las guanteletas o muñequeras en su caso, se revisa las protecciones (coderas, hombreras, etc.), hace un swing, a veces dos, y luego de toda esta liturgia (que más parece de tics nerviosos), vuelve a la caja de bateo. En el pasado, como bien se sabe, no se usaban guanteletas ni protecciones de otro tipo. Ni casco siquiera en lugar de gorra.
Playoffs
Antiguamente para el día 10 de octubre, a más tardar, ya sabíamos qué equipo había ganado la Serie Mundial. Solo participaban el campeón de cada Liga, la Nacional y la Americana, pues la campaña era a rol corrido. Con las sucesivas expansiones de ambos circuitos vinieron después las series de campeonato y posteriormente las divisionales. Luego la de los llamados comodines (wild card).
Estas innovaciones, todo un éxito sin duda, surgidas en el beisbol y copiadas por otros deportes, le han agregado al espectáculo de la pelota un mundo de emociones y aun de dramatismo y seguramente también de grandes resultados en el orden económico. Pero parece que el procedimiento para determinar este año a los comodines no ha sido el mejor diseñado desde el punto de vista de la justicia.
El caso más notorio de lo anterior en este 2022 es el de los Mets de Nueva York, quienes en la temporada regular quedaron de líderes en la División Este de la Liga Nacional con 101 juegos ganados por 61 derrotas, empatados con los Bravos de Atlanta, para que en la disputa por el comodín quedaran el domingo eliminados por los Padres de San Diego, que en la temporada regular ganaron 89 encuentros, es decir, 12 juegos menos que los Mets. ¿Es esto justo?