Entre las noticias escandalosas de la semana pasada, se dio una que por la rapidez mediática de otras no mereció mayor discusión. Pero no por eso deja de ser importante, al contrario, es una de esas que merecen reflexión por lo que significa para el presente y futuro de nuestro país. Me refiero a la caída de México en el Índice de democracia elaborado por la Unidad de Inteligencia de The Economist. De ser un país con "democracia defectuosa", el nuestro bajó a la categoría de "régimen híbrido", a solo un escalón de "régimen autoritario".
Se podría pensar que se trata de un ranking más, elaborado por un interés partidista o con la prisa de ganarse una lectura fácil. Pero no es el caso. La metodología clarifica los alcances y límites de un ejercicio elaborado por equipos habituados a analizar riesgos a nivel mundial. Por eso es valioso recuperar la discusión que plantean a fin de establecer el entendimiento que tienen de democracia, sus componentes y la manera de medirla. Reconocen que no hay consenso acerca de qué es democracia, pero puntualizan también cuáles son los aspectos de ella acerca de los cuales hay acuerdo generalizado en la teoría. Entre esos aspectos se encuentran las libertades y las instituciones encargadas de promoverlas y garantizarlas, gobiernos emanados por mayorías que los han votado de manera libre, elecciones periódicas realizadas de manera limpia y la protección de los derechos de las minorías y de los derechos humanos. Un componente fundamental es la participación ciudadana más allá de las elecciones, es decir, se alude a una especie de cultura política con base en el respeto al estado de derecho, al debido proceso y el pluralismo.
Un punto interesante para destacar en este ejercicio es asumir que la democracia no es un asunto dicotómico del tipo la hay o no. Más bien se considera a la democracia y sus componentes como un tema de grados, de manera que se justifica entonces una clasificación distinta a la binaria, de allí que presentan cuatro grados de democracia en un país: plena, defectuosa, regímenes híbridos y regímenes autoritarios. Ponderados los sesenta indicadores que toman en cuenta en el análisis, México sumó un puntaje que lo sitúa como régimen híbrido, es decir, aquellos en que sus "elecciones tienen irregularidades sustanciales que con frecuencia evitan que sean libres y limpias. Las presiones del gobierno a los partidos de oposición y sus candidatos pueden ser comunes. Debilidades serias prevalecen más que en democracias defectuosas- en cultura política, funcionamiento del gobierno y en la participación política. La corrupción tiende a ser extendida y el estado de derecho es débil. La sociedad civil es débil. Típicamente, hay acoso y presión sobre periodistas y el poder judicial no es independiente."
La definición anterior, hecha por el equipo que elabora el reporte, parece una descripción bastante cercana a lo que en general pudiera decirse de las condiciones en que persiste la democracia a la mexicana. Algunas de esas deficiencias pueden notarse más a niveles estatales y regionales, y otras claramente a nivel nacional. Pero a final de cuentas, sea en un ámbito o en otro, suman para que en la puntuación del ejercicio la calificación coloque a nuestro país más cerca de un régimen autoritario que de una democracia plena. A nivel Latinoamérica México aparece por debajo de dieciséis países, con una puntuación total de 5.87 donde 10 es el valor máximo, y solo con una mejor puntuación que Honduras, Bolivia, Guatemala, Haití, Nicaragua, Cuba y Venezuela. Así las cosas con el antiguo gigante de Concacaf. Para referencia, el mejor puntaje en América Latina lo obtuvo Uruguay con 8.85 y a nivel global Noruega con 9.75.
Lo que se desprende del estudio es que la vigencia democrática no está garantizada de una vez por todas en ningún país, sino que a la decisión ciudadana de alcanzarla le es necesario la voluntad de defenderla, mejorarla y fortalecer las instituciones que la hacen robusta.
@EdgarSalinasU