En el rancho del Potrero es muy mal visto el hombre que hace tareas de mujer, como levantar los platos de la mesa y -peor aún- lavarlos. Por eso los señores esperamos a que nuestras esposas hagan el trabajo mientras nosotros bebemos nuestra copa de mezcal. No tardará en llegar aquí el feminismo, y entonces esa costumbre patriarcal desaparecerá.
Luego, en la sobremesa, doña Rosa cuenta una de las aventuras de su casquivano consorte, don Abundio.
-Estaba en la casa de una mujer casada cuando llegó el marido. Abundio apenas tuvo tiempo de agarrar su ropa, y así, en cueros y descalzo, saltó la barda del corral. Cayó en el de la otra casa, y resultó que la familia tenía ahí una carne asada con sus amigos y parientes. Para salir Abundio tuvo que pasar entre ellos. Se tapaba lo de adelante con el liacho de ropa, pero llevaba al aire lo de atrás. Iba diciendo muy atento:
-Con permisito, con permisito.
Reímos todos, y el viejón se atufa. Dice:
-Vieja habladora.
Doña Rosa figura con índice y pulgar una cruz, se la lleva a los labios y jura:
-Por ésta.
¡Hasta mañana!...