El frío no se ha ido del Potrero, pero la lumbre de leña que en el fogón de la cocina arde es como un verano que hubiera llegado anticipadamente.
El grato calorcillo nos hace alargar la charla de la sobremesa. Don Abundio cuenta que cuando él y doña Rosa eran jóvenes, y sus hijos pequeños, su mujer le pedía que tosiera al final de la cena si es que esa noche quería tener juntamiento con ella. Luego añade:
-Y siempre me daba a beber un vaso de agua helada, para que nunca dejara de toser.
Todos reímos, menos doña Rosa. Ella se atufa y dice con enojo:
-Viejo hablador.
Don Abundio figura el signo de la cruz con los dedos índice y pulgar, se lo lleva a los labios y jura:
-Por ésta.
¡Hasta mañana!...