ESTA ANCIANA SE LLAMA DOÑA POLA.
Todos piensan que su nombre es Hipólita, o Leopolda, pero no: es Amapola. Una vez me contó que a su papá le gustaba mucho esa canción, y así le puso. El cura no la quería bautizar con semejante nombre -decía que no es nombre cristiano-, pero el padrino le prometió un lepe, y entonces el sacerdote derramó las aguas lustrales sobre la frente de la niña. En el rancho un lepe es un cabrito.
Doña Pola nunca se casó. Tampoco tuvo hijos, y al parecer no conoció varón. "Y tan contenta", dice. No le inspiran temor los grandes miedos que con la vejez nos llegan: la soledad, la enfermedad, la muerte. Dice: "Vivir sola no duele. Si me enfermo ya nada me curará a mis años. Y si me muero ya estaría de Dios".
Le pregunto qué cree que hay después de la muerte. Me responde: "Sueño. Descanso eterno. Paz".
Doña Pola me quiere bien. Cuando la visito en su casa del ejido siempre me da pan de elote con té de yerbanís. Me dice: "Usté es el único que nunca me ha preguntado por qué nunca me casé". Ganas me dan de preguntárselo, pero me contengo. Me gustan mucho su té de yerbanís y el pan de elote.
¡Hasta mañana!...