Azul el cielo, y bordaduras de oro en él la luz del sol.
El niño ha elevado su cometa, y los pájaros lo miran al pasar como si fuera un ave extraña. A las nubes no les agrada ese travieso ser que se divierte haciéndoles cosquillas.
El cometa anhela que un día se rompa el hilo que lo ata al niño y a la tierra. Así podría subir más allá de los pájaros, más allá de las nubes, y llegaría a donde juegan los cometas que han escapado y viven ahora arriba sin bajar ya nunca. Ahí hay cometas de todos los colores: azules, rojos, amarillos. Parecen bandadas de ángeles que sin darse cuenta atravesaron por el arco iris y quedaron así pintados. A algunos no les gusta su color. Esperarán la próxima lluvia para despintarse.
Los niños extrañan su cometa. A veces, muy de cuando en cuando, los cometas también extrañan a los niños.
Si yo pudiera los tranquilizaría: con el tiempo estarán juntos otra vez.
Pero no puedo tranquilizarlos.
Los adultos no hablamos el lenguaje de los niños ni de los cometas.
¡Hasta mañana!...