Cuando el Maro pasa por el rancho camino a su parcela las mujeres se meten en sus casas, los hombres hacen como que no lo ven y hasta parece que los animales vuelven la vista a otro lado para no mirarlo.
Y es que el Maro mató a su esposa, la madre de sus hijos. La mató a golpes. No estaba borracho, ni se hallaba poseído por los celos. La golpeó por el mismo motivo por el cual la golpeaba todos los días: porque sí. Pero esa vez se le fue la mano, según dijo a la autoridad, y la mujer ya no se levantó después de la golpiza.
Estuvo 20 años en la cárcel. Después lo soltaron, no supo él la razón. Le dijeron: "Ya puedes irte". No se quería ir. ¿A dónde? Sus hijos nunca lo habían visitado en la prisión. Si los veía no podría reconocerlos, ni ellos a él.
Tuvo que volver al rancho. Ahí se siente más preso que en la cárcel. Nadie le habla más que para lo indispensable. No tiene ni un amigo. Las mujeres escupen al suelo cuando pasa cerca de ellas.
En su cuartucho, solo, el Maro bebe por las noches. En vez de olvidar recuerda más. Entonces llora. No llora porque está arrepentido, o porque está borracho. Llora porque está vivo.
¡Hasta mañana!...