Me habría gustado conocer a doña Tera, originaria y vecina de la Villa de Arteaga, pintoresca población cercana a mi ciudad, Saltillo.
Antera se llamaba, y era mujer muy mujer. Su marido, el policía del lugar, le guardaba sus respetos y no se atrevía a levantarle la voz, pues sabía bien que su consorte se la levantaría más. Lo único que se escuchaba en la casa del gendarme era:
-Sí, Terita. Cómo no, Terita. Lo que tú digas, Terita.
Doña Tera no dependía de su esposo para ganar la vida. Hacía panes y dulces que vendía a los visitantes de la Villa los fines de semana, de modo que ganaba más de lo que su cónyuge percibía como encargado de la seguridad del pueblo. Le decía:
-Y si un día me dejas y te vas con otra vieja ni creas que te voy a llorar. Al contrario: del puro gusto me pondré el vestido amarillo y me sentaré afuera de la casa a comer cacahuates.
Me habría gustado conocer a doña Tera.
Sin saberlo fue precursora de la lucha por la liberación femenina. Seguramente el buen Dios la tiene en su santo reino, aunque quizá con un poco de miedo.
¡Hasta mañana!...