Jamás le temiste a la noche, Terry, amado perro mío. En la oscuridad oía yo tus leves pasos cuando ibas a las habitaciones de mis hijos adolescentes a revisar si habían vuelto ya de sus andanzas nocturnas.
Hay quienes tienen miedo de las sombras, Terry, no sé si porque en ellas no ven o porque en ellas se ven. Las tinieblas, dicen, son propicias a la aparición de brujas, trasgos y fantasmas, lo mismo que de hombres malos cuya alma es también negra.
Tú fuiste siempre bueno. A nadie hiciste daño, ni a los gatos. Si a veces le ladrabas al cartero -y no muy fuerte- lo hacías porque pensabas que ese era tu deber. Tenías el alma blanca. De ella brotaba luz. Estoy seguro de que jamás abrigaste un mal pensamiento, ni siquiera cuando pasaba la vecina con su perrita poodle.
Yo no soy como tú, Terry. Recuerda que soy hombre, y los hombres no tenemos la bondad de los perros. Si algún día llego a sentir miedo de la noche tu recuerdo iluminará mis sombras y pondrá en ellas claridad de luz.
¡Hasta mañana!...