IBA LA LECHERA CON SU CÁNTARO AL MERCADO.
Al ir por el camino hacía cuentas: con el dinero que sacaría por la venta de la leche compraría pollas que se convertirían en gallinas que le darían huevos; al venderlos obtendría una ganancia que le permitiría comprar terneras que se harían vacas; las vendería y se compraría una casa, y ya dueña de una casa no le sería difícil encontrar marido.
En eso venía un fabulista. Vio a la lechera e imaginó una fábula moral en la cual la muchacha se caía y se rompía su cántaro. ¡Adiós leche, y pollas, y gallinas, y huevos, y terneras, y vacas, y casa, y marido!
Sucedió, sin embargo, que el que se cayó fue el fabulista, y se rompió la mano con la que escribía. ¡Adiós, fábula!
Este cuento tiene una moraleja: por lo general tienen mejor suerte las muchachas que los fabulistas.
¡Hasta mañana!...