SE ABRIERON TODAS LAS CATARATAS DEL CIELO Y SE DESBORDARON TODOS LOS RÍOS DE LA TIERRA.
El que cruzaba el valle donde estaba la aldea se creció en tal manera que los aldeanos no lo podían atravesar. San Virila iba a su convento, y para él aquello no representó problema alguno: hizo un movimiento de su mano y sobre el río se formó un puente hecho de rayos de sol. Caminando sobre él empezó el santo a cruzar el río ante la mirada asombrada de la gente.
Ya iba el frailecito a llegar a la otra orilla cuando sucedió algo extraordinario: una nube se formó sobre los rayos de sol y el puente que con su milagro hizo el santo desapareció. San Virila cayó al agua, y sólo nadando desesperadamente pudo llegar -también de milagro- a la otra orilla. Los aldeanos rieron el apuro del pobre.
Remojado, temblando de frío, San Virila le hizo un reproche al Padre.
-Vaya broma -le reclamó enfurruñado.
-Aprende -le dijo el Señor- que las buenas obras las debes hacer para el bien de tu prójimo, no para tu propio bien.
¡Hasta mañana!...