Las flores del plúmbago pusieron ya su tímido azul en medio de los intensos colores del jardín.
Desde el ventanal miro ese azul que casi no lo es. Si lo vieran los demás azules, que tan azules son -el marino, el celeste, el eléctrico, el de Prusia-, seguramente dirían, desdeñosos:
-Ése no es azul.
A mí me agrada la azulina timidez de las flores del plúmbago. Pienso que le da pena no ser tan azul. Quizá le apena verse bajo el azul del cielo de mi ciudad, que es el más azul de todos los cielos azules que en el mundo hay.
Quisiera yo hablar con estas flores azules que no son azules, pero temo asustarles. Si con ellas hablara les diría que no se mortifiquen por no ser tan azules. Yo, por ejemplo, no me apeno por no ser tan yo. Tiene que haber de todos los azules, así como tiene que haber de todos los hombres, de todas las mujeres, de todos los seres y las cosas. En medio de los colores fuertes, el suave color de las flores del plúmbago es un remanso de tranquilidad, de paz. Y en este mundo cada vez son más necesarias la paz y la tranquilidad.
¡Hasta mañana!...