Me habría gustado conocer a don Ramiro de la Vega y Gómez. Estudiante pobre, en Salamanca, se enamoró de la hija de un hombre noble y rico. Ella lo desdeñó, naturalmente. La pena y decepción del joven fueron tan grandes que decidió quitarse la vida. En el momento en que iba a ahorcarse vio recortada contra el cielo la cruz de la parroquia. Eso lo hizo desistir de su propósito.
Abandonó los estudios y vino a México. Acá desposó a la hija de un cacique principal. Su suegro le dijo de un lugar en donde había piedras del color del sol. Aquello era oro. El que había sido estudiante pobre se hizo inmensamente rico.
Volvió a España con su esposa india y sus pequeños hijos mestizos. Encontró que el padre de su antigua enamorada se había arruinado por la bebida y por el juego. Su mansión palaciega estaba en venta. La compró e hizo que el notario pusiera las escrituras de la propiedad a nombre de la mujer a la que había amado y que lo rechazó.
Ella fue a darle las gracias y le tomó las manos para besárselas. Le dijo que había enviudado, y que ahora su amor sería para él. Don Ramiro hizo llamar a su esposa y a sus hijos: "Éstos son mis amores", respondió.
Me habría gustado conocer a don Ramiro de la Vega y Gómez. Herido de amor, con amor sanó su herida.
¡Hasta mañana!...