Tú bien lo sabes, Terry, amado perro mío. (En la dimensión en que ahora estás todo se sabe). Desde que nos dejaste para irte al cielo a donde van todos los perros, y también algunos gatos, no volvimos ya a tener otro perro.
Tenerlo habría sido injusto para tu sucesor. Continuamente lo estaríamos comparando contigo, y en la comparación siempre saldría perdiendo, pues a nuestros ojos no ha habido ni habrá nunca mejor perro que tú.
Nos quedamos contigo, entonces, en esa forma de amor que es el recuerdo, en esa forma de recuerdo que es el amor. Sabemos que aquí estás. Cuando te fuiste les ocultamos tu muerte a nuestros nietos. Pocos días después vino a la casa José Pablo, que entonces tenía un año y medio de nacido. Salió al jardín, volvió la vista al cielo y me dijo:
-Mila, tito: Tely.
Los niños miran lo que nosotros no podemos ver.
Para nosotros, Terry, no habrá nunca otro perro como tú. Ojalá hayamos sido dignos de ti.
¡Hasta mañana!...