El día anterior había sido radiante, de cielo azul y sol esplendoroso. Las montañas que rodean a mi ciudad, Saltillo, parecían más cercanos, así de transparente era el aire.
La mañana que siguió fue lluviosa y fría. La niebla hizo desaparecer las cosas; el viento que soplaba hacía tiritar los cuerpos y las almas.
Era el 4 de octubre. Los saltillenses estábamos viviendo el famoso "cordonazo de San Francisco", que año tras año se presenta, sin fallar casi nunca, el día del Pobrecito de Asís. Anticipado invierno es ese que por unos días tenemos, anunciador del que en diciembre llegará.
Yo amo a San Panchito, y le agradezco su temprano aviso. Si estuviera aquí conmigo le ofrecería una taza del sabroso té de yerbanís que ahora estoy bebiendo con deleitación morosa. Lo disfrutaría, estoy seguro. Poeta y santo, siempre gozó los dones del Señor. Le pido que me enseñe su humildad, y le doy gracias por este cordonazo que en mi solar nativo es ya leyenda y tradición.
¡Hasta mañana!...