Tantas nueces nos han dado este año los nogales que con ellas podría yo hacer una escalera grande y una chiquita para subir al Cielo.
Cada nuez, aunque no la sepamos ver, es una maravilla. Dentro de ese pequeño cofre cabe todo el sol del año, y toda el agua de las lluvias, y todo el viento que del monte baja. También cada una, si la lees bien, es un tratado de teología, y un milagro que se debe agradecer.
Compartimos nuestras nueces con las ardillas, las palomas y los niños que en el camino hacia la escuela recogen las que caen en el camino. Otras se convertirán, luego de pasar por manos maravillosas de mujer, en los dulces que darán sabor a los días de Navidad. Otras irán a la mesa de los pobres. Las más, por desgracia, las venderemos. Un don así, tan de Don Dios, no debería ser objeto de compraventa.
Por estos días yo llevo una nuez en el bolsillo. La toco, y el corazón y el alma se me llenan de ese otro don que se llama gratitud.
¡Hasta mañana!...
