Variaciones opus 33 sobre el tema de Don Juan.
La noche que ya no pudo entrar en una mujer Don Juan se dio por muerto.
Para el caballero sevillano el amor lo era todo, de modo que sintió que había caído en la nada. El amor era su vida; estar sin él era la muerte.
Se recluyó en su palacio a orillas del Guadalquivir, y ya no salió ni para ir a misa de alba, a la que acudían las señoras de edad, ni para ir al paseo de las tardes, al que asistían las doncellas sin edad.
Miremos a Don Juan. Está hundido en su sillón frailero, la mano en el mentón, el codo en uno de los brazos de su asiento. Tiene la vista puesta en la ventana, pero no mira las nubes que pasan ni las aguas del río que se van. En el momento del amor pensaba que las nubes se detenían y que las aguas del río dejaban de fluir. Ahora piensa que él se va con el río y con las nubes.
No lo compadezcamos, sin embargo. Recuerda sus amores y en la oscuridad del aposento su rostro se ilumina con una sonrisa evocadora. Pocos hombres hay que a sus años puedan sonreír así.
¡Hasta mañana!...