El hombre vive solo en su jacal de lo alto de la sierra. Escasamente habla las raras veces que baja al rancho a vender sus cabritos, sus pollos, o algún cerdo, y a comprar lo que necesita en la tienda del lugar.
La gente lo rehúye. Las mujeres se santiguan después de que ha pasado junto a ellas, y los rancheros le dan la espalda cuando lo ven venir.
Y es que este hombre mató a otro hombre. Era su amigo, pero se casó con la joven a la que él había pretendido en vano. Una tarde se ocultó entre los matorrales, y cuando el joven esposo iba de regreso a su casa después de haber trabajado en la labor le clavó un puñal en la espalda. El muerto no llegó a conocer a su hijo, que nació días después.
El asesino fue a la cárcel, y estuvo en ella varios años. Volvió al rancho -no tenía otro lugar a dónde ir- y levantó un jacal alejado de todos y de todo. Ahí vive en completa soledad.
Miremos ahora a este hombre. Se ha tendido en su camastro y va a apagar la vela que alumbra su cuartucho. Antes de apagarla dice en voz alta:
-A ver si esta noche me dejas dormir, Juan.
¡Hasta mañana!...