Las aguas del Guadalquivir ya no reflejan los tintes del crepúsculo, pues a la tarde se la ha llevado el mar y la noche ha venido con la luna.
En su sillón frailero Don Juan piensa y recuerda. A sus años no puede hacer ya otra cosa más que pensar y recordar. Mira como dibujados en la oscuridad los nombres de las mujeres que lo amaron y a las que él amó la eternidad de unos instantes. Doña Ana. Doña Elvira. Doña Laura. Doña Inés.
El caballero sevillano se pregunta si al amarlas como las amó -un beso, un abrazo y un adiós- hizo bien o hizo mal. Si hubiera leído a los antiguos griegos habría aprendido que el amor no sabe de bien ni de mal. El amor sabe solamente de amor.
Don Juan recuerda... Qué fortuna.
Don Juan piensa. Qué desgracia.
¡Hasta mañana!...