San Virila salió de su convento esa mañana. Iba a buscar el pan para sus pobres. En el camino vio a un niño que lloraba porque su pelota había caído en las más altas ramas de un árbol, y no podía subir a bajarla. San Virila hizo un ademán. El árbol se inclinó y le entregó la pelota al niño
De regreso a su convento San Virila vio a un hombre enfurruñado porque el balón con que jugaba con sus amigos había ido a dar también a lo alto del árbol. El individuo le pidió al frailecito que repitiera el milagro que había hecho aquella mañana. Le dijo San Virila:
-Sube tú al árbol y baja el balón. No esperes que otro haga el milagro que tú puedes hacer.
¡Hasta mañana!...