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Mis vivencias en El Siglo de Torreón (Un homenaje centenario)

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

Entre brindis y gracejadas, trazamos el trabajo a desarrollar. -Tú te encargas de la misa y tú de la marcha, yo los cubro a los dos, ordenó Ramón, el estratega periodístico. -Pide las otras, el reloj avanza, le advertimos. Y llegaron otras tres rondas sucesivas de cerveza y tequila con limón. A esas alturas tres mujeres de la vida social se incorporaron al grupo y se sentaron en nuestras rodillas.

Los primeros rayos de un sol rojizo entraron por la ventana y entonces nos dimos cuenta de por qué nos hallábamos en ese lugar. ¡Cinco para las seis!, gritó Ramón y los tres salimos en estampida al cumplimiento puntual de nuestras obligaciones. Por las prisas no le pagamos la cuenta a don Fernando del Moral, el propietario del establecimiento y a las damas las dejamos tiradas en el suelo. La cobertura periodística de las plegarias a Dios para que hiciera llover en la región, no tuvo fallas de origen etílico. Por el contrario, el profesionalismo se impuso y don Antonio nos felicitó. Ese día y los subsiguientes no llovió ni gota pero las reuniones en "La Capital" se hicieron más frecuentes. El pretexto: rehidratarnos con cheve a fin de atenuar más cerca del Nazas los efectos de la larga sequía. Don Fernando, un clarinetista excepcional, amenizaba las tertulias que como la misa en el río, atrajeron a más adeptos agobiados por la resaca ambiental.

***

Un domingo a las cinco de la tarde y nada por hacer en la redacción. Notas y encabezados de la sección de Gómez Palacio y Lerdo se encontraban ya en los talleres de formación. La información local -oficial y policíaca- del mismo modo esperaba su transferencia a los talleres de linotipos, títulos y formatos incluidos. Los hilos transmisores de los mensajes nacionales y extranjeros igualmente se hallaban en calma aparente con un ronroneo interminable que provocaba sueño en una sala prácticamente desierta, con escritorios y máquinas de escribir inmóviles y un teléfono mudo. -¿Qué hacemos chaparro? ¿Vamos al Club 2 17 que está aquí a la vuelta, bailamos una o dos piezas y nos regresamos antes de las siete? El supervisor de los domingos llega hasta las ocho de la noche…

-No, no… ¿Y si nos descubren? respondí timorato. Hay un guardia en la puerta y no tardan en llegar linotipistas y formadores. -No te apures, nadie se dará cuenta. Y hacia allá fuimos. Entramos a uno los salones con música orquestal en vivo y bailamos el cha cha chá "Los Marcianos llegaron ya". Rodrigo se aventó con un danzón. Tuve que arrancarlo de los brazos de la dama danzante para regresar cuanto antes al trabajo. La redacción se hallaba en las mismas condiciones: silenciosa y paralizada. Al poco tiempo cobraron fuerza los receptores y comenzó a llegar la información más importante del día. Arribó el jefe de redacción y con él los cronistas deportivos que llevaban los sucesos de la jornada dominical en esa disciplina.

Ceremoniosamente Rodrigo ocupó su escritorio como responsable de tratar la información del extranjero enviada por la UPI y un servidor se plantó ante la Remington Corona para darle presentación gramatical a los comunicados de la Asociación de Editores de los Estados (AEE). Ambos creíamos que nadie nos había visto ni notado nuestra ausencia temporal. Al día siguiente a las cuatro de la tarde, nos llamó a su oficina don Antonio de Juambelz y Bracho, director general de El Siglo de Torreón: -Muchachos ¿qué les pasa? Me dejaron sola la redacción para irse a bailar.

-Yo también fui joven pero nunca abandoné el trabajo en forma tan irresponsable. Su voz sonaba un tanto resignada y curiosamente a la vez tolerante. -La próxima vez sólo uno se me va a bailar y el otro se queda de guardia. No llegó el regaño temido ni tampoco las sanciones que marca la ley por abandono de labores profesionales. Y esa fue nuestra lección. A partir de aquel momento, fuimos los más veloces en la transcripción a máquina de los cables extranjeros y mensajes nacionales, corresponsalías por delante. De salida luego de concluir la jornada, el guardia que recibía los anuncios los domingos, condolencias y esquelas sobre todo, preguntó burlón: ¿Cómo les fue con el jefe? A la próxima me llevan.

***

José Cortinas, evangelista del mercado Juárez metido a mecanógrafo en la redacción de El Siglo de Torreón, se distinguió por sus ingeniosos juegos de palabras para destacar contradicciones entre nombres y costumbres de los compañeros. Pero también fue un irreverente con los jefes, especialmente con el director.

-Aquí todo anda al revés, observó con sorna recién incorporado a la planta de redactores: -Adelantado (el profesor Carlos Adelantado), siempre anda atrasado; Delgado (el corrector) está muy gordo; Moreno (Jesús Máximo) es güero, Durón (el jefe de la sección deportiva) es muy blando y Caballero (Rodrigo) es un perfecto barbaján. -Y ni crean que voy a durar mucho con ustedes, advirtió al tiempo que señalaba con el índice retratos y dibujos a mano de los reporteros ya fallecidos colocados en una de las paredes de la redacción. -Esos soy trofeos de caza de su director. Yo paso.

En efecto, él mismo propició su salida del periódico varias semanas después a raíz de un incidente con don Antonio: -Sr. Cortinas ¿Usted trabajó anoche? -Así fue, a sus órdenes señor director: -Pues vengo a decirle que esta nota escrita por usted, está plagada de errores con palabras equivocadas y faltas de ortografía. No hizo las correcciones debidas. Se equivoca muy seguido ¿Qué le pasa? Cortinas aguantó a pie firme el regaño pero en seguida replicó: Sr. Director, con el debido respeto que me merece, lo invito a las chingas que nos metemos de noche, ¡a ver si usted no se equivoca! Afirman los testigos que don Antonio por poco se atraganta con el puro.

***

Jefe, jefecito, necesito un aumento de sueldo, clamó Alfredo Rivera Martínez, reportero de las fuentes policiacas y judiciales, ante el director de El Siglo de Torreón, don Antonio de Juambelz y Bracho.

Don Antonio generalmente mantenía semi abiertas las dos puertas de su oficina, la que daba a la gerencia y la que comunicaba con la sala de redacción. Reporteros, correctores, operarios y empleados en general con apuros económicos, tenían fácil acceso al despacho para solicitar préstamos mayores a los 500 pesos, los cuales cubría el jefe con cheques bancarios.

Los créditos menores a esa suma, los resolvía en efectivo el gerente general Alfonso Esparza Hernández, pero en ningún caso los interesados planteaban incrementos a sus salarios, una facultad exclusiva del Sindicato de Trabajadores de Artes Gráficas o del consejo directivo en su caso. Riverita no se amilanó. Entró directo y planteó la inusual demanda. Se levantó de su asiento el director y encaró al reportero: -¿Cuáles son las fuentes que cubres? -Las policiacas. -Tú no necesitas ningún aumento. Con eso tienes y todavía te sobra. Me sorprende tu descaro.

Una media vuelta marcó el fin de la entrevista.

Continuará...

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