En el departamento de corrección, cada vez que el profesor Delgado dormitaba sobre las galeras que corregía, Riverita tiraba al suelo una de las tapas de la máquina de escribir y el estruendo hacía saltar al maestro con todo y pluma de corrección. Rivera, el más travieso de la redacción, -el único debo decir- enredaba con la cinta de la misma máquina las teclas que usaba el profe Adelantado, el reportero de guardia, quien perdía su acostumbrada seriedad y bañaba de insultos -puras mentadas de madre- al atrevido bromista, quien se hacía loco en su escritorio simulando que escribía.
Yo tampoco escapé a las novatadas de los viejos reporteros. Recién entrado a la redacción me mandaron al departamento de prensa por la "I mayúscula" y allá fui. Los cómplices me pusieron a empujar un gran rollo de papel por el pasillo que unía a las dos salas diciéndome que ésa era la I.A medio camino desistí de seguir remolcando el rollote y me recargué en la pared, exhausto y preguntándome: "¿Este rollo es una letra?
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En el taller de la fundición de plomo, Chonito se orinaba en las barras recién salidas del horno disque para enfriarlas pero no, se trataba de una broma de mal gusto y fétido olor, ese mal olor que se desprendía tan pronto los lingotes eran licuados en los linotipos para moldear las letras. Por cierto, al bromista no le gustaba el nombre que le pusieron sus padres -Encarnación- y lo cambiaba por el de Asunción, uno y otro igual de feos, pero predominó el Chonito y lo hizo famoso aquí y en Zacatecas, la tierra de sus amores.
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Concluyo esta larga lista de anécdotas de mi paso por El Siglo de Torreón, con un recuerdo dedicado a Rodrigo Caballero, el redactor de la página de cables, y a Hugo Aguilera, contador y basquetbolista de pies planos, ambos imitadores soberbios de Don Antonio y del licenciado Irazoqui. Sus remedos de este último llegaban a lo asombroso. Decía, imitando la voz del licenciado Irazoqui: "Higinio, los invito a comer chamorro esta tarde. No falten, los espero en La Rivera (una cantina a la vuelta de El Siglo, por la avenida Allende). Y también allá fuimos, atraídos por el hambre y el engaño, creyendo que íbamos a encontrarnos con el director, pero no: eran Hugo y Rodrigo acomodados ante una mesa, riendo a carcajadas ante nuestra presencia. Y Otra vez caí en la trampa: me tocó pagar la cuenta del consumo cervecero. Y sí, llegó el chamorro, una descomunal pierna de cerdo con las pezuñas como aderezo. Y sí, también fue cierto, estaba muy sabroso- Hugo lo engulló de una sola mordida, un recuerdo que guardo celosamente en mi memoria. Los tres -Hugo, Rodrigo y el licenciado Irazoqui- ya están en la gloria gozando de sus bromas celestiales. El próximo 28 de febrero, en el centenario de El Siglo de Torreón, elevaré un brindis en recuerdo de su carisma inigualable.