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COLUMNA

Periodismo, El Siglo y su siglo

JOSÉ EDGAR SALINAS URIBE

A punto de cumplir ciento un años falleció mi abuela materna. Luego de cumplir noventa, en todas las visitas me platicaba quién había fallecido desde la última vez que nos habíamos visto y, sin importar la edad de quien había pasado de esta vida, cerraba su comentario con la frase "y tan joven que murió". Esas palabras las repitió una y otra vez en tanto ella acumulaba primaveras frente a las flores que a diario regaba. De modo que todas las personas que morían fallecían muy jóvenes, según mi abuela. Tal vez para quien tiene el privilegio de cumplir cien años menos de eso merece el calificativo de joven.

Pues bien, al reducido grupo de centenarios, esto en periódicos de México, se ha unido un lagunero: El Siglo de Torreón cumple cien años de informar desde La Laguna. Se dice y escribe tan rápido que parece fácil, pero no lo es. Soplar la vela del pastel es fácil, pero soplar a cien velas además de difícil es un logro extraordinario. Para ponerlo en perspectiva veámoslo desde la permanencia en el tiempo de una organización y tomemos por ejemplo la longevidad de las compañías listadas en el Índice de Standard and Poor 's 500 que en el año 2020 era de 21.4 años. En un estudio publicado por McKinsey en 2017 la firma consultora preveía que el 75 por ciento de las compañías listadas en ese entonces habrían desaparecido de aquel Índice para el 2027. Así que, para las empresas, incluso robustas y trasnacionales, llegar a cien años resulta, para la mayoría, una utopía.

Además de la felicitación este centenario de El Siglo llama a la reflexión acerca del oficio periodístico. Comparto aquí algunas consideraciones desde mi lugar como lector asiduo de este y otros relevantes periódicos mexicanos e internacionales. Inicio con un supuesto: algunas personas estarán leyendo esta columna en su teléfono celular, o desde una tableta o en la computadora. Quizá además de escuchar el golpe que avisa la llegada de la edición impresa, recibieron un WhatsApp con una liga a la versión PDF del periódico. Habrá incluso quien haya llegado a esta columna a través de la liga puesta en un twitter. Pues bien, esto, inimaginable cuando El Siglo fue fundado, es hoy algo común. El desarrollo de tecnologías y en particular el internet y las redes sociales han presentado una oportunidad, con desafíos radicales incluidos, al oficio de informar. Me atrevo a sugerir que incluso se trata del mayor desafío al periodismo dado que con un celular a la mano y una conexión a internet cualquier persona puede transmitir información sin la necesidad de infraestructura adicional para hacerlo y, mucho menos una redacción.

¿Por qué considero este el mayor desafío? Porque el reto se plantea a la razón misma del periodismo: informar con veracidad. Tradicionalmente las amenazas a la libertad de expresión se consideraban la mayor intimidación al oficio. Aunque con especial énfasis desde el poder público establecido se han ejercido toda clase de acciones para limitar o incluso eliminar la libertad que requiere el oficio periodístico, hoy las diversas expresiones del crimen organizado local y transnacional se ostentan como el más sanguinario enemigo del periodista. Sin embargo, es notorio cómo en sociedades democráticas con instituciones fuertes para la persecución y sanción del delito este tipo de riesgos son casi nulos para el periodismo. En contraparte, es en estados con débiles instituciones donde este tipo de amenazas cobran incluso la vida de periodistas. Pero el otro riesgo, ese posibilitado por las nuevas tecnologías, amenaza por igual al periodismo de sociedades libres y democráticas como al ejercido en naciones con instituciones fallidas. Se trata del fenómeno cultural de la postverdad solo posible con las herramientas proporcionadas por las nuevas tecnologías. En la postverdad lo relevante ya no son los hechos sino hacer que el receptor crea lo que se le presenta.

Este es el principal desafío, por un lado, para el modelo de negocio, pero radicalmente para el modelo a través del cual el periodismo hacía del hecho el ancla y oriente ético del oficio. Si todo se reduce a creer, la verdad de los hechos buscada por el periodismo se desmorona y las democracias fracasan. Por eso democracia y periodismo van de la mano en un incómodo romance. Terminar con él es propio de regímenes autoritarios donde se privilegia la propaganda sobre la información y, por tanto, sobre el periodismo.

¿Qué cien años no es nada? Que lo diga quien ya los cumplió.

@EdgarSalinasU

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Escrito en: editorial Edgar Salinas Uribe editoriales

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