A pesar de ser una actividad lícita, regida por un instrumento internacional, el Convenio de Basilea sobre Movimientos Transfronterizos de Desechos y su Eliminación, hay poca información pública sobre las exportaciones de residuos plásticos, sobre todo aquellos provenientes de los países desarrollados. Los permisos y autorizaciones gubernamentales, los arreglos y negocios privados entre distintas empresas, los detalles sobre cómo operan exportadores e importadores de residuos plásticos en el marco de los acuerdos comerciales, suelen desconocerse o ser muy poco transparentes. Incluso el destino y manejo final de los mismos. A veces trasciende cierta información, de manera parcial, cuando surgen problemas graves de contaminación en determinados sitios, se presentan denuncias ante instancias nacionales o internacionales de impartición de justicia, o bien cuando ocurren protestas sociales con mayor impacto y proyección. También, cuando está por realizarse, en fecha próxima, alguna importante reunión ambiental internacional.
Lo cierto es que en este asunto hubo un cambio fundamental muy reciente: China dejó de recibir residuos plásticos en 2018. Ello trajo, entre otras consecuencias, que Estados Unidos y otras naciones desarrolladas tuvieran que buscar otros países y regiones para trasladar decenas de miles de toneladas de desechos, en contenedores, lejos de sus territorios y costas. Ahora se sabe, gracias a algunas organizaciones ambientalistas, que el principal destino resultó ser América Latina y el Caribe. En 2021, al menos 16 países de la región recibieron inmensos volúmenes de residuos plásticos del vecino del norte: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Honduras, Guatemala, México, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Venezuela. México, sobresale entre ellos, por ser ya el principal destino de residuos plásticos estadounidenses, habiendo recibido más de 60 mil toneladas anuales, en los últimos dos años.
Lo anterior no debiera sorprendernos puesto que Estados Unidos es el principal productor mundial de desechos plásticos, con 46 millones de toneladas al año, de las cuales, sabemos, al menos, un millón de toneladas termina en los océanos, con efectos devastadores para la salud de los ríos, mares y océanos, y la vida silvestre marina. Según la Alianza Global para las Alternativas a la Incineración, lo anterior está ocurriendo, porque existen insuficientes regulaciones nacionales sobre plásticos de un solo uso, son escasas las instalaciones en el mundo para el procesamiento eficiente de los desechos sólidos y los procesos de reciclaje y tratamiento son notoriamente insuficientes para resolver el tamaño del problema. A la fecha, menos del 10% del plástico en el mundo se recicla y el 75% del plástico producido desde 1950 permanecen como residuos. Incluso, en el mejor de los escenarios, no podremos esquivar la interrogante de cómo vamos a gestionar, en las siguientes dos décadas, lo que se ve venir hoy como una avalancha de residuos sólidos provenientes de las principales dos energías renovables existentes: la eólica y la solar.
Cuando se lleve a cabo en unos días, en línea, desde Nairobi, Kenia, el quinto período de sesiones de la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, uno de los problemas ambientales más acuciantes será lograr poner en el centro de la agenda, de la acción y los compromisos colectivos, una serie de medidas concretas a fin de limitar la producción y el uso de plásticos en el mundo; que tienen lugar en una economía lineal, vinculada directamente con el uso, consumo y subsidio de recursos y combustibles fósiles. En lugar de favorecer una economía circular que funcione para el bienestar de todos, que promueva el desarrollo económico local y la conservación del patrimonio natural. A la fecha, más de dos millones de personas han firmado una petición del Fondo Mundial para la Naturaleza, más de tres cuartos de los estados miembros de la organización mundial y cientos de empresas e instituciones financieras respaldan activamente que se negocie, con la máxima urgencia, un tratado jurídicamente vinculante para establecer una nueva gobernanza respecto de la producción, manejo y acumulación del plástico en el mundo.
Varios equipos científicos han vuelto a dejar muy claro que la enorme cantidad de plásticos presentes en el mundo, junto con otros incontables productos químicos elaborados por el hombre, como los antibióticos y pesticidas, están superando los límites planetarios de sustentabilidad, cuyos efectos son de tal magnitud que están afectando las funciones críticas de la Tierra y poniendo en riesgo el soporte mismo en el que descansan todos los ecosistemas.
Hay que conseguir urgentemente un tratado internacional sobre plásticos, que imponga límites a la producción, fije obligaciones, responsabilidades y sanciones. Importantes, pero insuficientes son las enmiendas recientes al Convenio de Basilea para controlar y limitar los movimientos transfronterizos de desechos peligrosos. Aun si se restringe su ingreso, sujetándolo a un procedimiento de información y consentimiento fundamentado previo, estableciéndose la obligación del destinarlos al reciclaje o eliminación adecuada, evitando supuestamente que terminen en funestos rellenos sanitarios, en sitios inadecuados, o en los mortíferos tiraderos a cielo abierto, so pretexto de que generan empleos. Ya basta de hacer de la tierra un basurero.
Contamos con las soluciones para producir bioplásticos a partir de materias primas renovables y / o biodegradables, con los métodos para limpiar los océanos y los ríos, aun si toma un largo tiempo, y para seguir avanzando en la utilización de bacterias para degradar polímeros e hidrocarburos, para diseñar y aplicar programas efectivos de residuos cero en ciudades, regiones y sectores industriales. Acabemos, poniendo en su lugar, con los desechos plásticos.
@JAlvarezFuentes