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Recuerdos de una vida olvidable...

¡Quién me manda!

MANUEL RIVERA

Mientras el vehículo en el que viajaba con mi hija avanzaba a vuelta de rueda, aprovechaba para tratar con ella temas que iban desde economía, como el del auto deportivo de al lado dispuesto a invertir medio tanque de gasolina para empatar el primer lugar en la fila, hasta ficción, como la vida de los partidos de oposición.

En uno de los giros de nuestra conversación abordamos la imperativa necesidad de que la democracia presentara en nuestro país, y pronto, mayores resultados reflejados en el bienestar de la mayoría de los ciudadanos, fincando una esperanza razonable para el desarrollo libre y sostenible.

El tráfico extendió su pausa de inmovilidad y el automóvil en el que viajábamos quedó estratégicamente ubicado en un cruce de calles, posición ideal para detener el tránsito de quienes impacientes esperaban la indicación del semáforo para romper la continuidad de nuestra inmensa fila.

Justo ese era el momento correcto para hacer ejercicios de respiración y prepararse para escuchar imprecaciones dirigidas a la familia. Por supuesto, era tiempo también para aliviar la tensión pontificando sobre la democracia.

Con seguridad expresé: urge, en aras de la paz y los derechos humanos que hoy peligrarían ante la decepción por los resultados de la democracia, confirmar que este sistema político se traduce en mejor calidad de vida para la mayoría de los ciudadanos. Se siente bien escoger una opción en la boleta, pero aún más satisfactorio es tener seguridad, trabajo, despensa llena y hospital seguro.

Vivimos tiempos en los cuales los agravios del pasado están frescos -continué perorando-, por lo que el principal impulso para votar por una persona parece ser hoy la venganza. Se vota en contra de una opción, más que a favor de una propuesta.

Además, el sistema vigente de partidos y prerrogativas parece más uno de franquicias a conservar, que un abanico de ofertas para solucionar de raíz los problemas del país, dirigidas al bienestar de toda la sociedad y ajenas a la búsqueda de la dependencia de sus "benefactores", quienes ven como "clientes" a la gente que para desarrollar libremente su potencial demanda oportunidades, no limosnas.

Hoy -seguí dada la creciente incertidumbre acerca de si podría continuar mi camino antes de que el semáforo me señalara como culpable de bloquear el cruce- desde las reglas hasta la idiosincrasia nacional hacen utópicas las candidaturas verdaderamente independientes, que requieren desde hacer cuantiosas inversiones hasta proyectar una imagen antes que una propuesta. La democracia es el mejor sistema para que la oligarquía legitime sus decisiones, fue la definición a la que hace tiempo llegamos en un curso universitario.

Sin importar la creciente tensión por esperar la liberación de unos cuantos metros antes de que los vehículos que esperaban el banderazo de salida para cruzar la calle toparan con mi unidad, continué: si la democracia demanda educación del elector para distinguir fondos de formas, es entonces un sistema sólo aplicable en las sociedades ubicadas en un estado superior de desarrollo.

De pronto, chirriar de llantas estrepitoso, súbita frenada, sacudida severa:

-Tal vez en el fondo tienes razón, pero esto sería muy cuestionable, puesto que ¿dónde quedaría el derecho de quienes carecen de educación o viven en situaciones de pobreza que les alejan de la información?­-replicó mi hija.

Vino sólo a mi mente el recuerdo de un cercano pasado, cuando un empresario me propuso ayudarle a escribir la propuesta de un candidato a la gubernatura de un muy importante estado. Había llegado el momento de añadir contenidos racionales a su simpatía.

Ingenuamente pedí al emprendedor gestionarme una cita con el aspirante, para conocer de viva voz su visión política y humana orientada a cambiar la vida de sus paisanos. Su respuesta fue pronta y patética:

-Con gusto consigo que viajes en el avión con él cuando venga a México, pero vas a perder tu tiempo. No creo que haya leído un solo libro de economía.

Oportunamente dejé libre el cruce, salvándome de evocaciones maternales, mas no de una crisis existencial por la funcionalidad de la democracia. ¿Quién me manda tocar este tema?, me dije recordando, yo sí, a mi mamá y sus comentarios cuando me metía en problemas de difícil solución.

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Escrito en: editorial MANUEL RIVERA editoriales

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