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Recuerdos de una vida olvidable...

Razones, no agresiones

MANUEL RIVERA

En ocasiones la discusión subía de tono, aunque nunca llegaba a niveles en los cuales los participantes fueran irrespetuosos o violentos. Por supuesto, había pasión y argumentos en cada una de las posiciones.

El debate tenía lugar en Bogotá, Colombia, y se inscribía en un evento latinoamericano de búsqueda y rescate con la ayuda de perros. Entre las naciones representadas estaban Argentina, Ecuador, Panamá, Paraguay, México y la anfitriona.

El punto para dilucidar era la aceptación de las normas internacionales en la materia dirigidas a evaluar y certificar los canes, que bajo criterios universales avalara su capacidad para ser aceptados en intervenciones que tuvieran lugar en cualquier sitio del mundo.

Mientras una parte de los asistentes estaba de acuerdo con esa propuesta, otra se oponía terminantemente a ella, aduciendo que los países latinoamericanos distaban mucho de poseer las condiciones que tenían potencias como Japón y Alemania, por ejemplo, que aplicaban esos parámetros.

Por lo tanto, concluían los opositores a la homologación latinoamericana con los lineamientos internacionales, era necesario crear normas particulares para el tercer mundo, menos estrictas y, por lo tanto, más fácilmente cumplibles. Más adelante, agregaba, se vería si era posible dar el salto para medirse con los mejores del planeta.

Sin embargo, esa lógica se encontró con dos argumentos que la sacudieron, tanto, que en esa disciplina hoy Colombia y México, entre otras naciones latinoamericanas, se miden sin complejos con los mejores del orbe.

El primer argumento hacía énfasis en la necesidad de superar la atávica condición de conquistados derrotados que requerían reglas especiales por asumirse "inferiores". En unos, este señalamiento motivaba su orgullo y dignidad para entrar a la arena internacional; en otros, sencillamente, era una "verdad" o circunstancia del destino que debía ser aceptada.

Empero, apareció en esta historia el infaltable mexicano, quien presentó un segundo argumento, para algunos definitivo, a favor de la adhesión del tercer mundo a las normas del primero:

"¿Existe alguna diferencia entre el dolor de una madre japonesa y el de una mexicana por un hijo en desgracia?... Las lágrimas son iguales en cualquier sitio de la tierra".

Quizá tenía razón ese connacional: la esencia humana es única, sea cual sea la nacionalidad de las personas. Ni el sufrimiento ni el gozo están en un solo lado de cualquier frontera.

¿Cómo creer entonces en la respetabilidad del grupo de diputados federales de Morena, PT y PRI que en momentos en los que México continúa perdiendo territorio por la violencia y en el mundo se masacran iguales de nacionalidades rusa y ucraniana, crean un grupo pro Rusia que de facto aprueba la violencia ejercida por un bando?

¿Cómo creer en su honestidad intelectual y lealtad a la nación cuando se regodean en un acto reñido con el sentido común, la política exterior mexicana y el más elemental sentido humano?

Hay conductas que de no cesar pueden generar situaciones tan incontrolables que terminarán tragando a quienes las padecen y ejecutan. La violencia, como es evidente en el México actual, es una de ellas.

Su facilidad para provocar respuestas que la multiplican, su capacidad para formar imitadores que prefieren la comodidad de navegar a favor de su corriente, sin considerar cómo esta los aleja de la racionalidad, y su poder para imponerse como cotidiana aunque sea vomitiva, hacen de la violencia un cáncer social que avanza sin más resistencia que la representada por la demagogia cómplice que muestra el desmembramiento cada vez más acelerado del Estado mexicano.

No obstante el impacto de la violencia en la calidad y esperanza de la vida cotidiana, este tema pasa a un segundo plano por la cómoda complicidad de la citada casta política y de algunos ciudadanos que la normalizan y permiten que los succionen.

Justificar la violencia es en sí una acción violenta, pienso esta madrugada. Hacerlo es repetir el inadmisible golpe de la fuerza contra la razón o el derecho de todos a vivir sin dolor.

riverayasociados@hotmail.com

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Escrito en: editorial MANUEL RIVERA editoriales

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