¿Y si los recuerdos fueran como zopilotes volando alrededor de la carroña que hay en la mente?
De ser así, esta mañana estaré aventando continuos manotazos para evitar que los buitres del pasado se me acerquen.
Pensaré luego si está contra mí quien lee el inicio de esta columna y hasta ahí llega, o está a mi favor la persona que ni con ese par de párrafos se aleja de ella.
Después me lavaré la cara, acción que despejará de lagañas hasta mi cerebro y permitirá que reconozca a la visión maniqueísta como una tan falsa como peligrosa.
Baste imaginarme en el nicho del altar en el cual me colocaría mi mamá o ser nombrado por mi ex pareja como comandante de tropas hitlerianas, para ejemplificar, primero, la imposibilidad del blanco y negro absolutos en la naturaleza humana y, luego, considerar el irresoluble conflicto que podría desatarse entre ambas damas para demostrar la supuesta veracidad de sus versiones.
Dejar de usar los cajones o pensamientos pre construidos en los que muchos solemos acomodar nuestras experiencias, antes de hacer un esfuerzo para entenderlas únicas y darles un sitio en nuestra mente para analizar su pros y contras, ayudaría a encontrar los grises característicos de la vida humana, no el blanco y negro puro que nos divide y sólo estaría al alcance de un ser todopoderoso ajeno a emociones y capaz de ver la esfera de la verdad desde todos los puntos de vista posibles.
En palabras llanas: hacer a un lado prejuicios permitiría, por ejemplo, rechazar la violencia ejercida por cualquier bando en guerra o dejar fuera de la casilla la adoración o el odio al sufragar en la consulta sobre la revocación del mandato presidencial. Contribuiría, indudablemente, a encontrar coincidencias, antes que asegurar diferencias.
Pero la parvada de buitres que me acecha parece no entender de maniqueísmo y comienza a desgarrarme para exponer los restos de mis pensamientos.
Brota entonces una de mis tantas vergüenzas en la vida cuando, molesto, ingresé a la oficina de comunicación de un gobierno estatal del norte del país, para exponer, en nombre de mi equipo, nuestro enojo por la falta de respeto del gobernador al acuerdo de no hacer declaración alguna relacionada con ciertas presiones de la central obrera más influyente en ese momento.
Existían contenidos consensuados que estaban listos para difundir simpatizantes del jefe del Ejecutivo, en un contexto mediático favorable para terminar con un gobierno dentro de otro. Sin embargo, ¿cómo era posible que el mandatario hubiera aparecido esa mañana a ocho columnas, no solamente declarando sino apuntando su simpatía hacia el dirigente obrero al que se quería cuestionar?
-Vamos bien, Rivera, todo sigue igual. ¿O querías que estos "amigos" supieran que el gobernador es quien encabezará las críticas a esa central?-me dijo el responsable del despacho. Contundente fue esa lección sobre los absolutos en la política, aunque quizá tan fuerte que años más adelante provocaría severos conflictos en la lógica de algunos gobernantes que, como yo tiempo atrás, insistían en que emitiera una posición categórica frente a los casos que me planteaban.
-¿Debo o no debo hacerlo?, preguntaban, tal vez en espera de alguna respuesta que confirmara que el asesor tenía a la mano un libro de recetas de cocina. Primeramente, les contestaba, conozcamos qué quieres y luego analizemos el entorno, para finalmente… Y ya no dejaban que continuara: repetían su pregunta esperando colocarse en alguno de los extremos posibles.
Sí, en ocasiones acabábamos dividiéndolos, subiendo de tono la discusión… y haciendo cada uno lo que quería, despreciando la oportunidad de acercarnos a la verdad sumando nuestras respectivas verdades.
Ah, estos zopilotes…
riverayasociados@hotmail.com