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Diálogo

Renovación

YAMIL DARWICH

Tuve la oportunidad de aprender del Psicólogo Dagoberto Favela, la "Historia del Águila Real" que, según su narración, llega a vivir hasta 70 años; a los 40, sus uñas envejecidas ya no logran asir a sus presas, su pico se ha curvado dificultándole comer y las alas, con plumas engrosadas, le dificultan el valor adecuado.

Entonces, negándose a morir, emprende el vuelo y eligiendo una alta montaña busca algún nido y empieza por arrancarse las plumas viejas y las garras ineficientes; luego, golpeando su viejo pico, logra arrancárselo.

Queda esperar el crecimiento de nuevas plumas y rebrote del pico, hasta lograr condiciones para volver a volar por los cielos, renovada, disponiendo de otros treinta años de vida.

Dagoberto, impartió su conferencia a un grupo de personas con más de 60 años edad, quienes manifiestan su gran interés por la vida y, entre otras cosas, cada semana se reúnen a escuchar alguna conferencia y aprender algo nuevo.

Ellos así se renuevan y logran romper con la muy popularizada idea de que la edad lleva a la inmovilidad, incapacidad y renuncia al aprendizaje; son un ejemplo que hoy quiero compartir con Usted, particularmente si es de esos quienes, como "mayores", viven una "juventud acumulada".

Con el arribo de la comunicación digital llegan a mi teléfono repetidamente mensajes referentes a la vejez y, en casi todos los casos enumeran quejas por la edad, la desatención de sus familiares, dolores físicos y malestar emocional, hasta reproches por ser incomprendidos: mensajes errados para los mayores.

Tal vez el engaño esté oculto en ese despropósito de menospreciar a las personas de la tercera edad, hasta convencerles que ya no tienen alternativas para disfrutar del bien vivir: equivocado, injusto y desperdicio de experiencia.

Algunos casos, revestidos de "ternura" y "amor al abuelito", los afectan sobre atendiéndolos, evitándole trabajos físicos y/o porque "ya están viejitos". Error que les convence de ser inútiles.

También hay maltratadores.

A la "tercera edad" no le llaman así por representar el ocaso de la vida; es el reconocimiento del cumplimiento de las dos primeras: nacer, crecer y madurar para luego reproducirse; después: ser útil a la familia y sociedad, cumpliendo su participación gregaria.

Siendo así, la tercera edad es tiempo de "renovación" de la naturaleza; el reconocimiento por la vida de trabajo y servicio prestado -inútil no haber tenido ese propósito-; época en que merecen gozar plenamente su cosecha: la familia, construida con denuedo; el desarrollo de los hijos; los logros materiales; su derecho legítimo a descansar, reaprender, viajar, hasta recibir reconocimiento por sus esfuerzos.

Son los años en que nuestros mayores, como enseña el Águila Real, tienen derecho a renovarse y satisfacer aquellos deseos soñados, postergados por estar cuidando a los queridos.

En verdad que somos injustos con ellos cuando los queremos evaluar comparándolos con los de menores edades; los mayores, cuando jóvenes, demostraron vigor físico que disminuyó siendo ya "añejos"; los aún muchachos, olvidan que no cuentan con el conocimiento que deja la experiencia.

Injusto negarles la oportunidad de sentirse útiles, participes activos en la vida familiar, considerando la medida de su condición física; impedirles sentirse contribuyentes, parte de ella, aportando su conocimiento, experiencia y sabiduría.

Desde luego que merecen un lugar de distinción en casa, sentados a la mesa y a la hora de intercambiar impresiones sobre las cotidianidades de la vida familiar y social: ¡ser respetados y escuchados!

Desoírlos, sin tomar en cuenta sus vivencias para aprovecharlas en beneficio del presente y previsión del futuro familiar es una tontería negligente.

Los "dorados" gozan de la sabiduría en dos diferentes acepciones: del conocimiento que deja el saber con las experiencias adquiridas a lo largo de los años; y la del sabor: ellos son capaces de disfrutarla, percibiendo y deleitándose con cada acto propio o de queridos.

Me da mucho gusto encontrarme con "jóvenes añejos", reconociéndolos capaces de entender el fin último de nuestra existencia: ser felices.

Me queda algo de tristeza al descubrir que muchos de nuestros mayores son incomprendidos, desatendidos y hasta maltratados. Que triste descripción de realidad humana, verdad que duele.

Los llamados viejos tienen el derecho de ser y disfrutar de las riquezas acumuladas con los muchos años de trabajo -no me refiero al dinero únicamente- y, ante todo, recibir la comprensión a su realidad cronológica, con verdadero reconocimiento agradecido.

Le propongo: al ver alguno de esos mayores, Usted reconózcale el éxito de haber acumulado años y sabiduría. Él (ella) ya cumplió con buena parte de su propósito de vida y, ante todo, contribuyó con sus afanes para que ahora tengamos un mundo mejor.

Si Usted tiene la fortuna de contar con uno de tales personajes, le pido haga un alto en la vida de ajetreos y ocupaciones, analice su comportamiento y reaccione.

¿Conoce alguno a quién reconocerle?

ydarwich@ual.mx

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